La Llamada
Las más mágicas y milagrosas cuestiones de la vida, así como las trágicas y más funestas, suelen aparecer con formas cotidianas y familiares: Como manzana para Adán, el anillo del Nibelungo, una rama de Olivo, el círculo de Giotto o como un vuelo de grullas. Pero yo no soy tan noble ni tan virtuoso y nuestra época es menos poética, a mí me llamaron por teléfono.
Las más mágicas y milagrosas cuestiones de la vida, así como las trágicas y más funestas, suelen aparecer con formas cotidianas y familiares: Como manzana para Adán, el anillo del Nibelungo, una rama de Olivo, el círculo de Giotto o como un vuelo de grullas. Pero yo no soy tan noble ni tan virtuoso y nuestra época es menos poética, a mí me llamaron por teléfono.
La llamada la recibí de manos de uno de los mayordomos de la casa. En el auricular distinguí la voz de mi padre que telefoneaba desde la Ciudad: “Una beca” me dijo. “Es para estudiar un máster durante unos meses en España. Luego volverías a México a trabajar con la Cámara de Comercio… En España vas a conocer a altos funcionarios del gobierno, a industriales, empresarios… ¿Qué te parece? ¿Te interesa?... ¿O cuánto tiempo más vas a seguir de huevón?”
Hubo una pausa, pero lo entendí todo. Yo era, también, juguete del destino.
Me había marchado de casa para aventurarme en el mundo, para librar combates, para aprender todos los nombres. Me marché para encontrar los porqués. Busqué las contiendas de la tierra, los estandartes, las batallas, las princesas. De mí se enamoró Circe y me amó, engañé a Maniaque y a sus bandidos en el norte de África y fui príncipe de bares y burdeles en Paris. En una ocasión a punto estuve de caer, pero el vacío sólo pudo ver mis piernas agitarse desde lo alto del techo. Vi demonios, me defendió un ángel y pasé hambre y miedo. Me perdí en el desierto y me encontré en los mares. Recorrí caminos y cuerpos y liberé a un pueblo. Me había ido y había quemado las naves, pero después de fracasar, sin la Perla, y desilusionado por un mundo carente, volví.
Ahora era un huevón, era cierto, el huevón pródigo. Por eso, cuando mi padre me habló de aquella “oportunidad”, donde él decía “Beca” yo escuchaba “viaje”, donde él decía “máster” yo escuchaba “borrachera”, conocer “altos funcionarios, industriales y empresarios” eran “mujeres, mujeres y más mujeres” y donde mi padre decía “trabajo” yo escuchaba “veremos, siempre veremos”. Iría, aceptaba, estaba hecho, escrito desde quién sabe cuánto tiempo. Frente a aquella llamada no tuve oportunidad.
Diría que fui por eso, pero no sería toda la verdad. Si se me permite ponerme un tanto místico, diría que algo me reclamaba del otro lado del mar, aquello que me requería para ser visto, oído, tocado, narrado. Me esperaba la España de la arrogancia, de la riqueza, del último banquete. Yo llegaría justo antes de la crisis que se cimbraría sobre ellos, pero tendría oportunidad de ver el consumo, la irresponsabilidad, la petulancia. La fiesta estaba por terminar, pero estaba en su mejor momento. Corrupción, drogas, prostitutas, nepotismo, orgías, discriminación, racismo, locura, todo danzando para que yo lo viera, y lo vería, por Dios que lo vería. Yo que me sentía en el nadir, una sombra. Me recibiría esa España que apenas se asoma en los telediarios. Me estaban esperando los indolentes nuevos ricos de Europa.