Días de clases
Soy Darío Pontone y soy un estudiante.
Ese lunes, esa dosis. Ahí estábamos reunidos, escuchando a profesores, cargando libros, mirando horarios. Con la calma de la ocupación, nos sentamos en aulas bien iluminadas para mirar por el rabillo del ojo a quien pone atención, aquel que cabecea, aquella que queremos meter en la cama o a quien nos robará el corazón.
Ser estudiante no es lo mismo que estudiar, es un riesgo. Sucede igual que con los alcohólicos, cuando se abusa de ser estudiante, uno no deja de serlo nunca.
¡Qué tiempo en que se puede todo esto! La carrera, el máster, un diplomado, un idioma, otro más, el doctorado, otra carrara. Hiperpreparados todos los jóvenes. ¿Para qué? Eso no importa, es la pregunta equivocada.
Teniendo la evasión tan fácil, cómo es que no íbamos a tomarla, a desviarnos. Esta es la gran estratagema. Como estudiantes podemos continuar con lo interminable. Nos alimentamos de esa ilusión que es ser joven por siempre. Descubrir el mundo todos los días, fascinarnos con la contemplación, sofocarnos en el delirio del ocio, en la experimentación, en la creación efímera del canto alegre. Esa es la vida de la universidad y sus inagotables posgrados, donde el desenfreno está justificado y el abuso amparado. Donde podemos hacer lo que nos venga en gana y sin que intervenga nadie porque ¡Carajo, qué nobleza! somos estudiantes.
¿Cómo evitar el pacto? Existencialistas de medio tiempo. ¡Qué Ardid! Queremos quedarnos para siempre. Nuestra existencia burlada. Así lidiamos con la angustia ¡Nos le escapamos sin que haya un mucamo que sospeche o nos diga nada!
Pero es como el opio, la felicidad del tamaño de una nuez. El reto está, entonces, es hacerlo perpetuo. Pero nadie puede. Sabemos que llegará el día en que termine y que irremediablemente nos convertiremos en algo.
Así, entre clases y tareas, entre presentaciones y profesores, vamos burlando la acción. Vamos enumerando las incógnitas sobre nuestro Destino: ¿Son rentables mis sueños? ¿Cuál es mi sitio, mi lugar? ¿Me atreveré? ¿Esto es lo que soy, lo que hago, lo que haré? ¿Qué hay de hoy por la noche? Esas curvas ¿me están mirando?
Y pasan los días del estudiante, entre las ensoñaciones del Destino y su tentación. Modelando para el autorretrato que nos pintamos. Peleando por nuestros sueños o conspirando contra ellos, con lo que nos conviene y lo que anhelamos. Llenándonos de títulos mientras decidimos qué hacer y mientras sigue la fiesta.
No tengo respuestas, soy un adicto. Sin embargo sé que a todos les llega el día de la abstinencia. Sólo espero que antes podamos tomarnos menos en serio. Debe ser un alivio ser ligero. ¡Por Dios que debiera ser así! ¡Abrazar la libertad con sus costosos lauros!
Y entre clases hay descansos, benditos sean.
Al salir, cada vez era igual, éramos una estampida por la puerta. Ese, mí primer día, me limité a observar cómo se hablaban, cómo bromeaban y convivían. Yo no conocía a nadie, pero era cuestión de tiempo.
El primer día de clases tiene el mismo encanto embriagador de lo que en el fondo se trata todo el asunto de ser estudiante: las expectativas.