Tour Nocturno
Nos condujeron a un lugar de moda para cenar. Lo tenían adornado y ambientado como una especie de cueva o gruta, hasta habían dispuesto antorchas, era de un mal gusto tremendo. En la mesa fui rodeado por flamantes personalidades, los que tomaban las decisiones, los líderes. Eran ministros, funcionarios, empresarios, todos preparados, conjurando para comer. Por un giro de la fortuna me había colado, entre sus mancuernas, al banquete.
De aperitivo, los anfitriones dispusieron tequila. No dijimos nada, pero todos brindamos con el peor tequila jamás destilado. “Made in Toledo” decía. ¡Por los Clavos de Cristo! Con ese apócrifo alcohol, no hubiera podido quejarme si nos quedábamos ciegos en ese instante ¡BAM! ¡Qué justo y apropiado castigo! Pero no pasó.
Una veintena de camareros sirvieron espumas con sabor a comida como primer plato. Ya de segundo a quinto hubo tantas cosas y de tantos animales distintos que las mandíbulas terminaban por abandonarlo a uno. Y claro, el constante vaciar botellas vino, se evaporaban apenas las mirabas.
Como era invierno, todas las charlas, comenzaran donde comenzaran, eventualmente iban desembocando en la misma reflexión, era de una precisión admirable:
“El vino lo mantiene caliente a uno, nada de Brandy, ni Whisky, háganme caso, es el vino.” Y bueno, menudo Jersey nos estábamos poniendo entre todos.
Ya al terminar de cenar trajeron Orujo. Nos pusimos a beber fuerte.
“Entonces qué Darío, ¿nos vamos al tour nocturno?” Volvían a decirme. Solamente que esta vez, para cuando me di cuenta, ya había todo un contingente listo. Estaban organizados los muy cabrones, coordinándose para los taxis con total eficiencia, hasta me habían apartado un lugar. “¡Tour nocturno, tour nocturno!” Iban coreando mientras aflojaban sus corbatas, con camisas que convirtieron en baberos y carteras listas a vomitar.
El Director de Acciones Institucionales, mi jefe directo, se marchaba a su casa, pero me ordenó que acompañara al grupo y que ¡los cuidara! Me encomendaba que todo saliera bien. El muy hijo de puta me nombraba niñera ahí mismo, así sin más. Eso sí, me dijo que podía gastar lo que hiciera falta, siempre y cuando pidiera comprobantes, facturas. Se fue tan contento, tan natural… y yo también, ¡qué más daba!
De comitiva éramos 6 vicepresidentes, 2 subsecretarios y 4 funcionarios españoles que nos íbamos de putas. Su tour nocturno.
En España, este tipo de antros están custodiados por gigantescos porteros rumanos, los hay o muy serios o muy sonrientes. Por suerte, a nosotros nos sonreían. Se pusieron muy serviciales cuando los mexicanos, rompiendo con el protocolo ibérico, les repartieron propinas. Recuerdo ese momento de los billetes arrugados que iban de mano en mano porque desde entonces nada pareció tener valor ni precio.
Pidieron tres mesas, botellas y muchos caprichos. A tantos kilómetros nadie estaba casado y con tal borrachera no importaba si no había mañana. Todo el mundo bailaba. Yo bailaba. Parecíamos monos en una isla, parecíamos tan felices.
Entonces empezaron a acercarse las mujeres, éramos atractivos como la miel. Estábamos rodeados por un campo de fuerza que las hacía perder su ya de por sí poca ropa, así se levantó una frontera de lencería multicolor, cercando nuestras mesas. Detrás de ese límite, fuimos rodeados por la desnudez de todos los grupos étnicos que emigran sobre la tierra. Lo de Babel debió ser lo más parecido, aunque nos entendíamos bastante bien.
Las chicas eran solícitas y complacientes, dejándose hacer lo que a uno le diera la gana, pero todas se llevaban billetes. El idioma universal, el que hablábamos, fue el de las cifras. Era increíble la cantidad de dinero que iba y venía, lo compraba todo y todo estaba a la venta. Para tocar, para beber, para inhalar, para follar cogiendo, eran euros y estaban por todas partes ¡Los había tirados en el suelo, por amor de Dios!
Gastar era una belleza: para todos los consumos se solicitaba una factura que la empresa, el gobierno o la institución pagaría. No había fondo, invitaba España. La noche era nuestra. ¡No, no terminaría nunca! No lo permitiríamos. A esas alturas éramos hermanos. Éramos guerreros fraternizados en las barricadas del placer.
Las copas, las caderas, todo nos excitaba, todo parecía tan encantador, tan prohibido, tan gratuito y voraz… Pero estábamos bebiendo demasiado.