domingo, 6 de febrero de 2011

Capítulo 5

Mi Primer Trabajo.




Volé, tomé un tren y finalmente llegué a la ciudad. En la estación me recibió, con muchas caravanas y cumplidos, una mujer bajita y sombría. Fuimos hasta una casa de estudiantes, me asignaron una habitación y arregló todos los detalles. Al parecer, un montón de jovenes veníamos del mundo entero para formarnos en España y después trabajar en alguna oficina comercial. Sin embargo no pude conocer a ninguno de los estudiantes. La mujer, todo el tiempo risueña y preocupada, me dijo que no había tiempo de nada, ni siquiera desempacar, porque había que presentarme ante las autoridades cuanto antes. Todo era inminente, todo. Debíamos ir cumpliendo horarios que yo desconocía, pero a toda prisa. Cada trayecto, cada cigarro, cada llamada, todo lo tenía bien agendado esta funcionaria de muchos años y de sonrisa tatuada. Me sentía perturbado con el trajín, pero descansado por no pensar.
Apenas llegué a la oficina, mis benefactores me hicieron saber el porqué de tanta urgencia. Justo ese día vendrían altos funcionarios de “La Cámara de Exportaciones y Comercio de México” a un evento que se les había organizado de última hora. Siendo yo mexicano: “quién mejor para acompañarlos”, me dijeron.
Un tour. Había que pasearlos, eso era todo. Yo no conocía la ciudad, pero cuando lo mencioné no supuso algo relevante, “todo irá bien” decían. Mis benefactores no pararon de advertirme que esto tenía que ser un éxito porque iba a haber prensa. Prensa, prensa, prensa. Eso era lo que los tenía locos. Decían que todo debía salir “solemne y armonioso”, esas fueron las palabras. La cuestión era que estos invitados tenían que firmar un documento, a bombo y platillo, al día siguiente de una cena que habían organizado en su honor. Iba a presenciar mí primera experiencia laboral en España, como guía de turistas, supongo.
Apenas tuve tiempo de cambiarme. Recibí a la comitiva y los conduje por la ciudad. Todos parecían adormilados o distraídos y nadie se veía con ánimos de acompañarme, pero tenía que llevarlos con un ministro que los esperaba en las oficinas generales. Entre los invitados venían el presidente de la Cámara, 8 vicepresidentes, 4 directores de área y subsecretarios por todas partes.
Por fin llegamos, justo para escuchar el anuncio de una breve conferencia de prensa que presidiría el ministro de economía.  Nadie parecía de humor, ni siquiera el puñetero ministro, pero nos tomaron muchas fotos.
Durante todo ese tiempo, mis compatriotas se me acercaban para todo tipo de preguntas descaradas, en realidad querían irse a cenar. Una directora me avisó, incluso, que se escaparía un momento para ir de compras antes de que cerraran las tiendas. Después de todo, el viaje les había salido gratis. Hubo uno, el muy cabrón, que no dejaba de decirme:
“Darío, Darío, danos el tour nocturno. Tour nocturno.”


Mientras tanto, a la prensa se le informaba sobre las cuestiones de moda: sectores de oportunidad, de inversión, de I+D+i, de lo que fuera, puros cuentos. El ministro jamás respondía, se la pasaba limpiándose los lentes y mirando el horizonte, tampoco los mexicanos decían nada. Habían puesto a gente a cargo de las respuestas, un montaje.
Era todo de un cinismo... tan institucional. Pero finalmente llegó la hora esperada: Se anunció la cena. Todos despertamos.