Mis Benefactores
De lo primero que iba a darme cuenta al llegar a España era que parecía dividida para todo y en todo. No hablo de nacionalismos (ni del fútbol) solamente: Por ejemplo, tomemos el oscuro y poco atractivo tema de los negocios internacionales. En España tienen un instituto nacional para su comercio exterior como país, tienen organismos regionales, por comunidades autónomas, cámaras de comercio, organismos de fomento e impulso al comercio exterior por sectores, ministerios, institutos, agencias de desarrollo… y esto sólo para exportar. ¿Funciona? “Divide y vencerás” En realidad, ellos mismos son sus propios enemigos. Pero había dinero y eso parecía bastar.
Todos los años, sus entidades de fomento a la exportación mandan a México (y a muchas partes) a becarios con el objetivo de promover el comercio con España (de nuevo: uno por país, otro por región, otro por…), pero no tenían tiempo de hacer mucho (un año es poco tiempo) ni entendían el país, carecían de estudios suficientes, no conocían a nadie relevante y son mayormente jóvenes que buscan otro Erasmus (no los culpo, por el contrario ¡A vivir! ¡¿Quién no haría lo mismo?!). Así fue como uno de estos organismos económicos y de fomento pensó:” Deberíamos aliarnos con los descendientes de españoles que viven allá en México, contratar a alguno de su comunidad, que sea joven, un gilipollas que venga a estudiar y que trabaje para nosotros” Bueno, digamos que fui yo el gilipollas que aquí tenían más a la mano, aunque pudo ser cualquiera, por gilipollas en el mundo no va a pararse. A cambio, prometieron, nuevamente, espejitos (y espejismos). Pareciera que siempre será un asunto entre peninsulares y criollos.
Pero en este negocio pactamos. Sólo tenía que llamarlos y aceptar sus condiciones. Ambos debimos reír burlonamente en secreto. Ellos porque me querían hacer pendejo y yo, porque no era más que un pendejo. No les ofrecería más que eso, no podía.
Llamé a aquellos que proponían todo esto. El máster, el trabajo, la beca, a los señores del dinero.
El teléfono daba los tonos y nada. Nada. Nada. Nada. Una grabación un mensaje, pero nada. Nada.
Un correo les mandé entonces. No había respuesta. Nada. De nuevo Nada.
Me fui a beber mandando todo al carajo…
“Darío, ¿Qué fue de eso del máster?” Me preguntaban mis amigos.
“Qué sé yo” Les respondía. “Pero ya sabré, sabré”.
No tenía idea. Quién hubiera pensado que trabajaban menos que el sastre de Tarzán ¡Por eso nadie me atendía! Estaban ocupados en a saber qué ¿Les interesaba yo acaso, todo esto, su proyecto, su gilipollas de turno? ¿Me interesaba a mí? ¿Qué hacer?
A las tres de la mañana sumé horas y les di una última oportunidad. Mientras marcaba los números me di cuenta que no tenía nada más qué hacer…tonos… tonos… ¿o sí tenía?…. Llamé completamente borracho y me contestaron, finalmente. Su pendejo contento y ahogado los escuchaba…
Todo fue cordialidad, disculpas, esto, aquello, promesas. Lo que fuera necesario.
“Muy estimado señor Pontone”, “Por supuesto, por su puesto”, “enhorabuena Darío”, “¡Qué afortunado, qué privilegio el tuyo!”, “Te esperamos Darío, con gran gusto” Mierda bien envuelta, con un bonito moño y una tarjeta. Acordamos todos los pormenores. Mi pasaporte, mi fecha de llegada (llegaría con una semana de retraso respecto a mis compañeros del máster que ya habían empezado a estudiar, pero qué importaba) Mi vida en sus manos.
¿A dónde iba exactamente? Un lugar, España, un pueblo, una ciudad Corte. Estaba viajando a la Angulema de Balzac, a una verdadera Ciudad-Estado, estaba viajando a la España Profunda (una de ellas). Pongamos que me dirigía a Valladolid, entre Francia y Portugal.