domingo, 20 de febrero de 2011

Capítulo 9

“Un político pobre, es un pobre político”*



Un par de horas después, tras un baño y un desayuno de aspirinas y gotas para los ojos, mientras me dirigía en taxi a la ceremonia, recordé al subsecretario, o mejor dicho, recordé que lo había olvidado. De cualquier forma, no podía pensar en eso, no podía pensar mucho.

Al llegar, ahí estábamos de nuevo. The stuffed men leaning together.

Todos sabían qué papel interpretar. Era un puñetero circo y yo, que era nuevo, también interpretaba un papel, ¡Carajo, ojala pudieran haberlo visto! Éramos la mar de naturales, parecíamos profesionales de primera.

Aún no había hablado con nadie, solamente estaba ahí, mirando insoportablemente enfermo. De pronto, en mitad de la ceremonia, se acercó mi jefe a donde yo estaba.  

“¿No falta uno de ellos?” me preguntó. En ese momento sudé tanto que delaté un aroma a Brandy.

Tuve que contarle lo que pasó, nuestra baja de la noche. Mi cabeza estaba matándome y tenía una sed feroz. En cualquier momento iba a beberme todos los floreros del salón. Al menos era lo que imaginaba, para calmarme o para pensar en cualquier cosa.

“Sobre lo que pasó anoche, vamos a pasar un tupido velo… ¿de acuerdo?” Me susurró.

Así era todo, así funcionaba. De todas formas, los funcionarios españoles de la noche anterior eran jefes de mi jefe.

El subsecretario estaría en manos de la seguridad social, del Estado. Aunque yo también lo estaba y de hecho él también estuvo en sus manos, ¿cierto?… porque mis benefactores eran el gobierno y eran la empresa y eran quienes movían los hilos. A ellos España les había dejado sus arcas. Lo cierto es que mis benefactores, la Agencia de Desarrollo, eran una mutación de todo lo pérfido a donde puede evolucionar un matrimonio entre una empresa y un gobierno. Eran una quimera, pero también una peligrosa y rentable tendencia.

EXVAL: “Exportaciones de Valladolid” era una institución del gobierno, que no quería ser vinculada con el gobierno, que obedecía al gobierno pero funcionaba como ente privado y que recibía fondos del gobierno. Aunque buscaba incesantemente convencer al mundo de que no era parte del gobierno (ellos eran los únicos que lo entendían… y demasiado bien) De cualquier manera era un organismo del gobierno. Allí “La Junta” le llamaban al gobierno.

Todo el dinero que recibía La empresa provenía de “La Junta” que, a su vez, venía de los impuestos y de la Unión Europea, en su apuesta por industrializar y hacer crecer a España.

Ellos se encargaban del comercio exterior, de fomentarlo, promoverlo, impulsarlo y si era necesario, inventárselo incluso. Cada euro gastado venía del erario público, a través de “La Junta”, o de la Unión Europea y por tanto, toda acción llevada a cabo, por nimia que fuera, era anunciada por la prensa con bombo y platillo. Ahora bien, había que leer entre líneas esos titulares que le filtraban al periódico: “Empresarios españoles incursionan en el mercado de Brasil” quería decir que a unos tipos, amigos de alguien en EXVAL, les pagaban las vacaciones en Río, las comidas, las fiestas y las putas. “Incursionar” ¿Qué cojones significa eso, después de todo? Pero esos eran los detalles, lo bueno se ponía a la hora de hacer negocios. Al banquete, era la impunidad la invitada de honor.

Esos eran mis anfitriones, oscuros y siniestros. Todo el que no estuviera de acuerdo, lo compraban. Todo lo que la gente debía escuchar, lo compraban. ¿Y si alguien estorbaba, alguien honesto? Lo destruían. Eran implacables.

Había un sastre que les hacía trajes a la medida y de los más finos materiales, todos regalos, todas “inversiones a futuro”.

La época de la que hablo es la de la España rica, ciega de consecuencias, la que cagaba euros ¡Y con qué diarrea! ¡Nos embarraba a todos! Eran la gran maquinaria del progreso. Mis anfitriones lograron armarla en grande, un cochinero tan bien montado que nadie cuestionó nunca que pudiera terminar.

Pero, supongo que esa labor de hacer trajes a la medida, corresponde también a los sepultureros.


*Frase atribuida a Carlos Hank González que ilustra la naturaleza de la corrupción en la política y que da nombre a este capítulo.