Sobrevivir la crisis
Ese fue el año que terminaba el sueño español. La crisis había empezado, pero no lo sabíamos, nadie despertaba todavía. Sin embargo, eso concernía a España y yo tenía mis problemas.
La vida, la mía, de pronto, se había vuelto mucho más sencilla. También se había vuelto más riesgosa, mucho más, pero eso solamente afecta cuando lo piensa uno, el resto del tiempo todo es llevadero. Los hechos eran simples también: no tenía trabajo, no tenía dónde dormir, no tenía planes, no tenía futuro, no había ya Destino, solamente tenía que sobrevivir y eso era estimulante sin duda. Después, no había después.
La crisis es una bendición, si se puede ver así. Es un asunto de prestidigitación: el momento justo del truco, aquel en que aparece lo que permanecía oculto, en que el mago hace el último pase mágico y descubre con su pañuelo una paloma o un conejo. ¿Pero y si en lugar de eso, debajo del pañuelo, el mago descubre un trozo de mierda? Ahora bien, ¿y si hay toda una cloaca? ¡Maldita crisis! Aunque sabíamos, de alguna manera, que aquello era lo que apestaba.
Limpiar cloacas es una puñetera monserga. Era extraño, porque yo me había estado preparando para tantas cosas (no en particular limpiar cloacas, la mayoría eran sublimes) que me sentía ya viejo, cansado, absurdo, imposibilitado para terminar cualquier comienzo. Pero sobrevivir era una tarea simple, que no sencilla. Era un comienzo inevitable, desde nada.
Algo de dinero había dejado en el banco, necesitaba hacer cuentas pues sabía que no era demasiado. Lo saqué todo ¿para qué quería mi dinero el banco, después de todo? En efecto, no tenía mucho. Eso significaba que no tendría muchas cosas, especialmente no tendría amigos, los viejos por lo menos, había que hacerlos nuevos. Dinero, dinero, dinero, pensar en el parece ahuyentarlo ¿Qué hay con preocuparse por el dinero, verdaderamente? Que el dinero se preocupe por el dinero.
Por entonces contaba con un presupuesto suficiente como para compartir un departamento, por lo menos algo decente durante uno o dos meses y con sus comidas casi regulares. En ese tiempo tenía que buscar trabajo, un ingreso, si no, después de esos dos meses quizás me moriría de hambre o quizás tendría suerte, ¿por qué no? De momento, el tiempo era mi único capital.
Se alquila, se vende, se subasta, se jode. Tarde en encontrar un piso tal como si buscara a un hombre honrado. Por eso, cuando después de muchas vueltas, me topé con ese lugar en el centro, a tan buen precio y sin pedirme fiador o aval o los clavos de Cristo y que podía moverme de inmediato, no me importó que fuera Borja Vela mi compañero de piso.
Borja me recibió en calzones mientras sostenía una sartén de la que saltaba aceite hirviendo. Inmediatamente después de cerrar la puerta volvió a la pequeña cocina y siguió cocinando lo que fuera que estaba haciendo. Amplia barriga, pelo alborotado, barba a medio crecer y una sonrisa por todos los motivos de estar vivo, especialmente por el de la cocaína.
“Tengo tanta hambre…” dijo una mujer que salía de una habitación, la de Borja por su puesto. Iba casi desnuda, con una toalla de manos atada a la cintura. No parecía importarle que yo estuviera presente, creo que ni siquiera me notó. Avanzaba con la mirada perdida y un andar balanceado, como si fuera a desvanecerse. La verdad es que era ella la que parecía no estar ahí.
Se llamaba Sonia y era su amiga, según me la presentó él mientras seguía cocinando. Ella respondió a mi saludo con un ademán, que pudo ser cualquier otra cosa, y fue a susurrarle algo a Borja, luego lo besó y desapareció por donde había venido. ¡Carajo! me sentí mezquino por pensarlo, pero fue inevitable: ella era demasiado guapa para él. Y sin embargo, tuve razón. Tiempo después, Borja me confesaría que Sonia, y todas las demás amigas que metía en su cama, buscaban sus drogas. A él no le importaba, pero le importaba.
El lugar era un cuchitril, pero ya era mí cuchitril. Pequeño, ruidoso, húmedo y por más que se limpiara, siempre olía a algo enmohecido. Recuerdo a una chica, que al entrar por primera vez, le descubrió un cierto encanto y me dijo: “Huele a viejo, sí… me recuerda a Londres”. ¿Dónde habría estado? Pero lo creí: Mi pequeño Londres.
Borja nunca estaba. Era albañil de profesión y tenía que levantarse muy temprano y se acostaba muy tarde. Muchas veces tenía que construir algo en otra provincia u otra comunidad y se ausentaba durante semanas. Cuando no era albañil era DJ, no imagino que eso fuera de otra forma. Según me enteré, Borja era bastante bueno. Sin embargo, cuando me mostró lo que hacía, entendí la razón por la que uno debe escuchar aquello hasta las cejas de droga. Pero yo no sé mucho de esa música, de apreciación y todo eso, supongo. Los días que Borja descansaba eran los domingos y los lunes, pero “descansar” no es más que un decir, la cocaína es implacable.
Busqué trabajo y me encontré con una buena cantidad de ofertas. Trabajo, al parecer, había en todas partes ¿de qué cuernos se quejaba la gente? ¡Ah! Ya me enteraría.
La oferta decía: “Empresa Internacional y confidencial, recién llegada a la región busca ejecutivos de Marketing” o algo así. El sueldo prometido era bastante. Llamé y mandé mi curriculum. El puesto, según me dijeron, sería mío con seguridad. Solamente había que ir a una entrevista, por la mañana, en un polígono industrial con un tal señor Bertoluci. ¡Ah, ya me enteraría, sin duda!