jueves, 31 de marzo de 2011

Capítulo 20


La última, y nos vamos...

“¡Seré otro, seré otro, os lo juro, seré otra cosa!” gritaba Juan Carlos, saliendo del penúltimo bar. Tropezó y se metió en un taxi. A gritos prometió volver.
 “¿Qué vas a hacer con ella?” me dijo Nuria, que ya había bebido bastante, mas no lo suficiente. Miré en la dirección que indicaba y ahí estaba Mónica, sentada, mirándome sin mirar. Ya habría tiempo.
“¿Y tú Nuria, qué vas a hacer con él?” le dije mientras alzaba las cejas. Nuria no tuvo que voltear, sabía que Maximiliano no se había marchado aún y que no se marcharía sin ella. Alto, fuerte, bronceado permanente, algunas canas, pelo cuidadosamente despeinado y vestido, siempre, como acabando de bajar de un yate. Era el menor de tres hermanos dedicados al negocio de bares, por eso conocía a todo el mundo. Hasta aquel momento, Max trabajaba en una gran inmobiliaria y le iba bien. Estaba en el máster porque alguien le había prometido futuro, pero debía cumplir el trámite de estudiar, "igual a todos". Como si fuera vendedor por necesidad, o estudiante por disposición del cielo.
“¿Max? ¿Pero qué dices, de qué vas…? Jamás, yo nunca…” decía Nuria, pero sonreía, yo sonreí. “Si ha estado con todas, con todas…” volvía a sonreír, yo también.
“¡No me lo creo, no me lo creo, no me lo creo!” escuché que gritaban desde la puerta del bar. “¡Darío, pero qué sorpresa!”
Frente a la residencia había un bar donde trabajaba un camarero gay. Se hacía llamar Cuty y acababa de entrar al lugar donde nos encontrábamos. Me parecía divertido, pues decía que era uno de los dueños del bar que atendía, eso  para justificar la ropa tan cara que ostentaba y todo su derroche, supongo. A mí me invitaba siempre las copas e intentaba comportarse de forma refinada. Trataba de convencer a todo el mundo que era heredero de alguna fortuna insospechada. Estaba al tanto de todos los cotilleos, inventaba otros y se hacía acompañar de mujeres hermosas. Cualquier chica que quisiera ser popular en la ciudad tenía que dejarse ver con él. Sin embargo, a veces era muy incomodo, porque le gusté a Cuty desde el primer momento y no dejó nunca de coquetearme, ¡carajo, ni siquiera se cortaba cuando me veía con alguna chica! Pero hacía su lucha, conmigo y con quien le diera la gana, claro.
Me saludó muy efusivo y empezó a presentarme a la gente con la que venía. Todos eran futbolistas. La ciudad tenía un equipo que acababa de subir a primera división: “Real Valladolid” y que también hacía su lucha.
De un momento a otro, todos estaban acompañándonos.  Max había venido como un halcón, pues también los conocía, y yo me sentí obligado a cederle mi sitio al lado de Nuria.
Siempre que hay futbolistas, invariablemente, hay mujeres alrededor. Las hay para todos los gustos, pero todas son fáciles… Algunas incluso cuentan con precio, y hay que averiguarlo, como con las verduras.
“¿Qué te has hecho, cómo va todo? Hasta que te veo fuera de mí bar,” me decía Cuty. “Él es Darío y Darío, ellas son Ali, Carla, Bea, Cinthia, Lily, Rebeca, Cova, Ana, Elena y Paula”
Tomamos juntos una ronda.
“Vamos a seguir la fiesta en casa de Pablo, ¿quieres venir?” me preguntó Cuty.
“Venga, la última y nos vamos. Yo os regreso a la resi, a Nuria y a ti” dijo Max detrás de mí. “Nuria y yo os seguimos en mi coche ¿Dónde estáis aparcados?”
Me fui con ellos, eran cuatro coches, con Cuty presidiendo la caravana. Subí a un Mercedes en el que entramos seis. Conducía el Lateral Derecho del equipo. A su lado venia una morena muy agitada, demandante y agotadora. Detrás, veníamos sentados el Central y yo, cada uno tenía una rubia sobre las piernas. Max y Nuria nos seguirían.
“¿Dónde puedo poner mi vaso?”
“¡Ala! ¿Has visto? Es la leche, de cero a cien en ocho segundos, tío!”
“Cari, ¿dónde tienes la coca? En tu americana no está… ¿cuánto le compraste a Cuty?”
“¡La que vamos a montar!”
“Qué acento más chulo tienes…”
“No queméis las vestiduras si vais a fumar… ¿eso es un porro?”
“Que no, que no, que por aquí no hay radares…”
En la casa de Pablo, el veterano del equipo, ya había una fiesta montada. Nos abrió la puerta un tipo con la camisa desabotonada y el rostro rojísimo, sostenía una copa que derramaba por todas partes y no dejaba de sonreír. De cualquier manera se me hizo muy familiar.
“¡Proveedor, llegó el proveedor!” gritaba, mientras abrazaba a Cuty.
“De lo que veas no digas nada,” me dijo al oído Max. Sonreía. “Pásalo bien, que a eso hemos venido”
Max se me adelantó y saludó al funcionario. ¡Era él! Lo había reconocido ¡Carajo, hacía no mucho que me había ido de putas con él! Y, claro, el muy cabrón no me reconocía… Yo estaba muy borracho como para indignarme, lo saludé y me presenté como si fuera la primera vez, daba gracia. Dentro había un gran alboroto.
“Encantado, encantado, mucho gusto, encantado”
“Nosotras somos muy amigas, inseparables, todo lo hacemos juntas…”
“Entonces qué, ¿firmamos el contrato?”
“No, ya no le hago a esa mierda… a esta otra, en cambio…”
“Y yo qué sé, lo del curro cuando el curro, no me jodas…El lunes te pago.”
“¿No lo sabías, tía? Pero si todos saben la historia de Khrystyna, a lo mejor es cotilleo, pero ya sabes que si el río suena… Ellos, Juan y Marcos, estaban en un bar de Varsovia, de esos que sólo pueden pagar los guiris, ¿te acuerdas? Habían salido de copas con el Concejero Delegado de EXVAL… Sí, el mismo… Qué va, si es majísimo…  Total, que les propone a Juan y a Marcos que promovería, ¡a director de sección, joder! a quien pudiera llevarse primero a la cama a la rubia de la barra, claro, la rubia era Khrystyna… Así tía…Y qué se lanzan los dos, a la conquista… Claro que ganó Marcos, si Juan, el pobre, medio calvo y atontao, qué iba a hacer… Pues por eso ahora Marcos lleva la sección que lleva… Khrystyna se hizo su novia, nada tonta. La contrataron y se vino para trabajar aquí… No, a saber cuánto le pagan, pero imagínate…”
“Sí, está hecho. Tú pones el restaurante en Miami y vemos cómo, pero de que lo financia el gobierno tú no te preocupes… ¡Claro, joder! ¿Con quién crees que estás tratando?”
“Salud, salud, salud”
La danza de los cuerpos cimbraba la tierra. A un tiempo, los frutos del cielo descendían maduros hasta nuestras manos. Corría la sangre sin derramarse, ardía la carne sin dejar quemadura, se terminaba la noche sin agotarse.
¡Por amor a Dios! Si es que el pecado más doloroso es la ingenuidad, si lo sabré yo ¡Que estuve ahí!
Ese año había tantas cosas que atender… ¡Si el lunes mismo teníamos examen! El domingo jugaba el Real Valladolid. El sábado habría muchas esposas molestas… Pero la noche cumplía con todas sus caricias. Nos abrazaba, consolándonos con sus artificiosos deleites. En esa mecedura, ¿cómo imaginaría alguien el diluvio que vendría? 

lunes, 28 de marzo de 2011

Capítulo 19


Eras viernes


Sonó la campana, nos preparábamos para ti, eras viernes. Los espejos rebosaban de ilusiones. La noche había caído con el peso de todas sus promesas y sólo dormiríamos ardorosamente en la mecedura de su embriaguez.
Cien perfumes recorrían pasillos, desbocados. La estridencia de los secadores vibraba por doquier. A veces una risa, una canción, teléfonos sonando en todas direcciones mientras, vestidos de luces, nos disponíamos a salir.
Montados en nuestra lozanía, a todo galope, visitaríamos el centro de la ciudad para saquearlo, prenderle fuego y arder con él. Nuestra hinchada juventud no nos permitirá ver más allá del alba, mientras callábamos todas las voces para entonar cantos alegres, lenitivos.  
Ya en el centro, en un bar, sentada detrás de mí, estaba Rocío. Había bebido bastante, desde ayer, y Tino la había estado trabajando mucho, desde ayer.
“No sé cómo fue,” le decía Rocío a Tino. “Creo que nos destruyó la convivencia, me sentía atrapada… Yo no tuve la culpa, fueron las circunstancias… sabes una cosa, ¡Qué le den por culo!”
“Eso, que le den,” le decía Tino, suave pero seguro.
“Lo sabía todo, desde que acepté la invitación de Edu… sabía que íbamos terminar follando… pero me hacía la tonta… me gustaba que me dijera cosas, que se me insinuara, que me sedujera … y mientras Edu me invitaba otra caña y otra caña y otra caña, Raúl en casa… me sentía fatal, me siento fatal… y todo pasó muy rápido. Cuando nos besamos temblé, como nunca antes…  pero después de besarnos no sé cómo… bueno, sé cómo, ¿me entiendes? pero fue sin pensar y ya estaba desnuda, en su cama, con Edu encima…  ¿Sabes hace cuánto tiempo que yo no follaba? No te rías... sí, alguien como yo… ni te imaginas. Y es que íbamos a casarnos, es lo que sigue ¿no? Era inevitable ¿no? Yo tenía muchas dudas… casi cuatro años viviendo juntos, ¡siete de novios! Con toda la gente jodiendo, la familia de él, la mía, nuestros amigos, todos preparándonos la boda… ¿Y por qué nadie me entiende? Porque, claro, obviamente acabé como la mala, no puedo ni salir a la calle ¡Todos se enteraron! Qué hago yo si me encuentro a… qué sé yo, su madre, su hermano, quien sea… porque me señalan ¿sabes? Por eso me voy de Valladolid, al terminar el máster ¡Me piro! No se lo digas a nadie Tino, pero ya mi padre lo arregló todo, con los de la Junta... me voy a Londres ¡Yo soy la bruja! ¿no? Pues la bruja se pira… ¡Qué les den por culo! No soy mala Tino, te lo juro que no soy mala… Pero nadie me entiende… ¿Por qué nadie me entiende?
“Yo te entiendo… tranquila…”
“Lo pasé fatal, de verdad, muy, muy mal. Lo peor fue cuando vi a Raúl esa tarde, yo, con mis pelos de orgasmo mal habido, porque puse la mente en blanco y me corrí y grité y me asusté… Eso pasó, me quedé asustadísima, porque se había jodido todo y me había jodido yo y a él y… ¿Porqué te cuento estas cosas? ¿Porqué a ti? Joder, a ti, que tienes que ser un...   
“Tranquila… tranquila.”
“¡Marica, es maricón!” gritó Ana, yo la tenía casi enfrente. Le estaba contando algo a Clara y se le notaba muy abatida. “No me lo creo… ¡Y encima lo saben todos!… ¡Es que es muy fuerte tía, pero muy fuerte!”
 “¡Muy fuerte, muy fuerte!” le respondía Clara.
“¿Qué es lo fuerte?” pregunté.
“Es que joder, joder…”
“Su noviecito acaba de salir del armario,” me dijo Clara.
“¡Qué fuerte!” le dije riendo, Clara también rió.
“¡No me jodan!” dijo Ana. “Además no éramos novios… Nos besábamos y eso, cuando yo iba al pueblo… me gustaba muchísimo y estaba segura de que yo le gustaba… y lo pillaron los curas, la semana pasada, haciéndole una paja a un compi del curro, a otro maestro del colegio, el de educación física… y a mí que me decía tantas gilipolleces…  y yo que terminé con Santiago ¡Diez años juntos! ¡Por ese gilipollas, maricón de mierda! Ojala me pueda ir a algún destino cuando acabe el máster… no aguanto estar aquí…“
“Ojala tía, ojala” le decía Clara.
El camarero llegó, pedimos otra ronda de cañas. Hacía muchísimo calor.
“Pero no es nada, Bea… sólo tienes que dejárselo claro…”
“Cómo no va a ser nada Alicia, ¿no te enteras? Cómo le digo yo algo así…”
“Tía, si él te quiere, que se divorcie de su mujer… a ver si tiene los cojones.”
“Pero ¿y el máster? Me prometió que me mandaría fuera… a Nueva York y el estaría yendo, solos los dos ¡En New York…! “
“Pues tu misma tía, pero te trata fatal ¿no te quejabas de eso?… ¿Cada cuánto tiempo le ves? Y siempre en esos hoteles tan cutres… y cuando tu quieres él nunca, ¡nunca! puede… ¡Tía!… no mires, no mires…no mires tía, no mires, pero ahí viene Beto… Me dijo Juan Carlos que quería contigo”
“¡Qué dices! ¿Beto?”
“¡No grites! Lo que pasa es que es muy tímido… ten tú la iniciativa, así te olvidas un poquito del señor y follas con uno de tu edad, joder… además, es guapo Beto ¿no? Tiene pinta de que folla bien… Me dijo Juan Carlos que de su habitación se oyen siempre… tú sabes…”
“¿En la residencia? No te lo creo, tía ¿en la residencia? No…”
“Sí… mira ahí viene. Voy por una caña a la barra, los dejo solos…”
“No me dejes tía, no me dejes…”
“Que sí, que sí… voy a la barra”
“Alicia, ¿vas a la barra? Te acompaño” Le dije cuando vi que se levantó. Quería pedirme un ron con coca-cola, estaba harto de las cañas. Pasé junto a Beto, se había sentado con Bea y noté que le ponía una mano en la rodilla… ojala tenga suerte.

jueves, 24 de marzo de 2011

Capítulo 18


Los Reyes de la Creación

El escándalo no cesaba nunca en el comedor de la residencia. La gente hablaban a gritos, todos ahí teníamos algo muy importante que decirnos, pero ahora he olvidado lo que era. Quizás hubiera mayor nerviosismo porque la semana entrante comenzaba una temporada de exámenes. Por otro lado, nunca hubo demasiada preocupación al respecto. A saber qué sería.
Justo había terminado de comer cuando empecé a sentir ese sueño imbatible, que trae consigo la digestión de la tarde. Tenía tiempo, así que decidí echarme un rato, una siesta. Subí la escalera y caminé el pasillo que conducía hasta mi habitación y a punto estaba de abrir la puerta cuando mi vecino abrió la suya.
“Darío, ¿tienes un minuto?” dijo, al tiempo que me hacía señas de que entrara en su habitación.
Ni hablar. Volví a guardar mis llaves y entré.
“Cierra la puerta, por favor.” Me dijo. Se llamaba Alberto y le decíamos Beto. Estaba sentado en la cama, se frotaba las manos y movía las piernas como con espasmos.
Las habitaciones eran pequeñas: escritorio, cama, ventana, lavabo y armario. Aún así, éramos cuatro los que nos apretábamos en la habitación. En la única silla, con las piernas en la cama, casi recostado, me saludó Juan Carlos, gallego. Tino estaba sentado sobre el escritorio, con las piernas cruzadas. Era argentino y me sonreía con la cara muy roja y bebiendo a morro una botella de vino.
“¿Vo, querés?” me dijo extendiendo la botella y sin dejar de sonreír.
Acepté agradeciéndole. Bebí un trago.
“Quedátela ché,  de todas formas yo voy a abrir otra…”  dijo sacando una nueva botella de una bolsa de supermercado y descorchándola. “Beto, aquí tenés un nuevo punto de vista, contále lo que te pasa.”
“Bueno, mira, resulta que… no desde que llegamos, pero casi, pues…” se detuvo, pidió vino. “En casa todo marchaba bien... yo vivo en la playa… será la altura...”
“¡Pero cómo la altura ché, no seas boludo, cómo la altura!” Lo interrumpía Tino. Juan Carlos reía, era una risa contenida, se le escapaba de entre los dientes.
“Qué sé yo, ¿qué otra cosa puede ser? No quiero ni pensarlo…” decía Beto.
“¿Qué pasa? Me acabo el vino y me voy a mi siesta…” les sentencié.
Beto volvió a intentar hablar y tardaba tanto y tanto que Tino terminó por gritármelo:
“¡Pasa, que no se le pone duro más!”
Debió ser una inmadurez de nuestra parte, pero estallamos a reír. Beto se levantó muy enfadado, y con razón, pero nos disculpamos y le pedimos que se sentara. Quería sentarse, por su puesto.
Al parecer, hacía una semana, Beto había tenido una aventura con una colombiana, o al menos eso le hubiera gustado.
“La hubieras visto,” me decía. “Tumbada en la cama, los muslos de par en par y esas tetas… qué tetas…”
“Operadas.” dijo Tino.
“Como todas las colombianas.” dijo Juan Carlos.
“Claro.” dije yo. Aunque nunca he visitado Colombia y jamás he estado con alguna colombiana, pero qué importaba.
“Bueno, pues nada de nada…” decía muy acongojado Beto. “Ella se portó muy bien, muy comprensiva y todo… hemos vuelto a quedar ¿sabes?”
“Pero se caga de miedo.” dijo Tino empinando la botella.
“Te tienes que relajar, lo primero.” le dije.
“Y bueno joder, normal que te cagues de miedo,” dijo Juan Carlos. “Pero es cierto: relájate… si no te relajas  vuelves a dar un gatillazo, eso seguro… Mira, no pienses en eso, tú te armas un porro y te lo fumas en la bañera, agua caliente, música… te quedas con la mente en blanco, relajado… piensa zen. ¡Eso, joder! Tu: zen ¡Zen! Tranquilo, respirando, respirando, yo hago yoga por eso, porque todo está en la respiración, es la hostia… o ¿quieres que nos vayamos de putas? Así no tienes presión y coges confianza. Ves que puedes follarte a alguna y fuera, resuelto el problema. También hay que atenderse con profesionales…”
“¿…por cierto, tenés… aquí?” lo interrumpió Tino.
“¿Putas? ¡Pero claro!” Respondió Juan Carlos, todos reímos. “Tengo en mi habitación, pero poquísimo ya… ¿Sabes quién tiene? Rul, luego vamos a verlo.”
 “Queda de ti Beto.” le dije. “Pero no dejes de intentarlo.”
“¿Y con tu novia no tenías problemas?”
“¡Ah! Qué cabrón saliste…”
“Qué va, ningún problema… y mi novia no está tan buena… eso es lo extraño.”
“A lo mejor lo que te jode es la conciencia, macho.” le dijo Juan Carlos
“Puede ser…”
“Mira, yo te voy a decir una cosa, el mayor de los consejos…” dijo Tino, mientras se ponía de pie. “La conciencia… una mierda ¡Una mierda la conciencia! No digas pelotudeces, por favor. Lo que tienes que hacer es no pensar tanto. Somos instinto, no podés ir en contra de tu naturaleza y si te llama la carne: vas con esa mina y le rompés el orto. ¿Me escuchás? Se lo rompés  como si no hubiera mañana… hay que comerse al mundo mientras se puede… ¡Somos los reyes de la creación!”
 “Eso, ¡a vivir! Salud” Brindamos. Reíamos todos. Beto sonreía un poco.
“¿Qué hacés por acá, si no? ¿Ché, a qué viniste al máster?” lo interrogó Tino.
“Bueno, estudiar… Además, tengo treinta, casi treinta y uno…” decía Beto. “Con más de treinta y sin un máster… ya no están contratando… no sé qué hacer, necesito el diploma, el puto papel… o también  esperaba estudiar y colocarme en alguna empresa de aquí y con la experiencia en el extranjero… ya sabes, te cotizas mejor…”
“Es un plan… pero relájate, diviértete un poco, tienes que distraerte… Por lo menos que parezca que estás vivo.”
 “Mira Beto, lo que tienes que hacer es pasarte el fin de semana follando, que no te avergüence intentarlo cien veces… se me ocurre que salgamos por la noche… ¡A buscar alguna chavala para Beto! ¿Qué me dices? O no te va a salvar ni la respiración, joder.”
“¿Ya estudiaron para los exámenes?” nos preguntaba Beto.
“Tenés que arreglártelas Betito… no sólo de estudiar vive el hombre,” dijo Tino. “¿Qué preferís, uno que estudia, que obedece, que sigue las reglas o uno que cumple, que arriesga, que logra el objetivo? Hay que ser osado. Hay que aprender a ser vivo, más zorro, a ganar, hay que ser eficaz… ¡Tenés que aprender a sobrevivir! En la vida no es tan fácil, no hay exámenes, Beto… ¿Qué haría el rey de la creación? Preguntátelo, ché”
 “Total, ¿nos vemos a las diez?”
Todos asentimos. Empinamos las botellas, como si de un ritual se tratara y nos empezamos a despedir. Ya no sentía sueño, me habían jodido la siesta.
“Por cierto, si saliera mal hoy por la noche, piénsate lo de las putas… ¡Y cuentas conmigo!” dijo Juan Carlos antes de salir.

lunes, 21 de marzo de 2011

Capítulo 17

 No pensar

El camino desde la escuela hasta la residencia de estudiantes era agradable. Todos los días emprendía ese mismo paseo, la mayoría con otros compañeros.
Hablábamos de las experiencias del fin de semana. Todos habían  ido haciendo visitas a empresas de la región que eran susceptibles de exportación. Todos estudiaban y se preparaban, estaban fijos en sus objetivos a corto plazo: sin excepción, querían irse fuera de España, a las oficinas en el  extranjero. Cada uno tenía sus razones, las había de lo más diversas, desde quien quería olvidar una ex novia hasta quien quería salir del armario, todos escapes curiosos, y de paso, adorna mucho al curriculum una experiencia en el extranjero.
Las reglas eran claras: Según estaba planeado el máster, solamente los más capaces, los mejores, se irían al extranjero. Para determinarlo habría exámenes, pruebas, dominio de idiomas…
Y-u-n-a-m-i-e-r-d-a.  Todos sabían que los lugares, al menos muchos de ellos, ya estaban elegidos y eran para los que estaban enchufados, para quienes representaban algún interés. Esa era la verdad, todo estaba podrido por donde se le viera. Los elegidos eran hijos de cualquiera con influencias o quienes se estaban acostando con alguien relevante. La mayoría tenía su lugar asegurado, sabían a donde iban y a quien servían. Al banquete no se invita a cualquiera, por su puesto.
Doblamos la última esquina antes del portón de la residencia cuando vimos un par de patrullas y algunos policías. Pasamos de largo, al menos yo pretendía hacerlo, cuando alguien me llamó.
“Darío, Darío, mira, mira. ¡Fíjate lo que me han hecho estos hijos de puta!” Me gritaban.
Giré para ver quién era. De entre los policías aparecía Embuto, estaba claramente enojado.
“¿Qué ha pasado?” le pregunté.
“Estos ¡hijos de puta! ¿Puedes creerlo?” gritaba en todas direcciones, yo empezaba a ponerme nervioso. “Me han detenido, están registrando el coche ¡Qué vergüenza, coño!… ¿Sabes por qué me detienen estos ¡hijos de puta! Sabes por qué, quieres que te lo diga?
¿Por explotación, fraude, prostitución?… ¿Acaso será narcomenudeo,  evasión fiscal, tráfico de influencias? Pensé en un millar de razones. Miré a los policías, lo miré a él, no supe qué decir y me encogí de hombros.
“¡Porque soy negro!” gritaba. “¡Porque soy negro y conduzco un Jaguar!”
En efecto, los policías registraban su coche, un Jaguar alquilado.
“¡Hijos de puta!” dije y casi me gana la risa.
“Aquí están sus documentos señor Roberto González, todo está en orden, puede continuar, pero no haga escándalos” Le decía un policía a Embuto mientras le entregaba su DNI y un montón de papeles, me hubiera gustado saber qué decían...
“¡Vayan a la mierda!” Les gritaba él, mientras subía a su coche.

Entré a la residencia que estaba llena de gente. Era miércoles, el día en que se hacen planes para el fin de semana. Uno puede pasearse por todos lados escuchando a los distintos grupos y eligiendo qué hacer.  Había gran cantidad de cosas, desde ir al bar de la esquina el sábado por un cumpleaños, hasta una excursión a Bombay. Lo que uno tenía que hacer era elegir un grupo y juntársele.
Todo el mundo hablaba de viajar, aprovechar el tiempo, de sentirse vivo y de que sólo se vive una vez y las hilachas. Era curioso, porque luego, lo que les apasionaba, fuera lo que fuera, lo habían reducido a la categoría de hobbies. Por lo demás, ¡carajo, era simple! se estudiaba para obtener un muy buen trabajo y se trabajaba para obtener una muy buena jubilación. La voz de muchos padres clamaba, aprisionando  tobillos: “Y si no, ¿de qué vas a vivir?”
Todos elegíamos nuestra seguridad, porque la libertad abisma. Necesitamos que nos digan qué hay que hacer y cuándo… si no, aumenta la angustia. Si el estudio es evasión y fuga, el trabajo es lenitivo, una forma de paliar la angustia o por lo menos no verla. Todo se trataba de sentirse seguro y comprar ese cuento para poder aprobar nuestra existencia y mejor no pensar.
No pensar… era lo único que se me ocurría para el fin de semana. Por su puesto, yo no era ni de lejos el único que tenía ese plan.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Capítulo 16

Turismo empresarial: ¡Vuelvan pronto!


Llegamos a El Bierzo todavía temprano en la mañana. Estuvimos visitando canteras todo el día, como para morir de aburrimiento. Además, había que estar con buena cara; éramos unos peleles que asentíamos igualmente animados si nos presentaban un bloque de granito o una pizarra o un pedazo de mierda, no había otra alternativa.
En una ocasión, en la segunda o tercer cantera, coincidimos con el becario encargado del comercio exterior de una de las empresas. También había hecho el máster que yo estaba haciendo, pero no había sido lo suficientemente brillante o no había estado lo adecuadamente enchufado para ir a una oficina del exterior, así que le habían ofrecido un puesto allí. Llevaba año y medio trabajando doce horas, sin contar los desplazos, y aún tenía un contrato temporal, una indecencia.
Era inevitable ver al becario y no recordar a uno de esos perros que han golpeado mucho, temeroso, con su misma mirada ahogada. Jorge se hizo notar, estaba por encima de él en esa miserable y odiosa, pero inevitable, jerarquía que hay en la  empresa. ¿Será posible que seamos tan mezquinos? El pobre becario cargó con todas las frustraciones y corajes de Jorge. ¡Era ridículo, por amor de Dios! No podía creerlo. Me entristecía verlo aguantar todo aquello, esperando sortear lo inevitable, si hasta alcancé a escuchar como Jorge, el muy cabrón, amenazaba con echarlo. El hijo de puta se convertía en su propio esbirro.
No había esperanza para ninguno. Sufrían sin remedio ¿y porqué? Lo mismo un día, en unos años, yo abría el diario y en la segunda sección podía leer que el becario había reventado contra todo y tomando una escopeta le había metido de tiros a cuanto fulano se le había puesto enfrente, lo mismo se habría ahorcado o habría trepado hasta el puesto de Jorge. Hipotecadas las ilusiones, qué más daba.
Toda la mañana: piedras. Aunque los polacos eran ininteligibles a la hora de explicar para qué querrían las piedras, los empresarios estaban muy entusiasmados con ellos. Cada empresa les dejaba un bloque como muestra, un trozo digamos, marcado con su logotipo y sus especificaciones. Ellos recibían esas puñeteras piedras complacidos y las iban apilando en el coche, al principio de forma ordenada, luego como fuera.
Mientras estábamos en una cantera, con un empresario explicándonos no sé qué cosas, Przemek se dio cuenta de que eran las dos y media de la tarde y no habíamos comido. Paró la charla y sugirió continuarla durante la comida. Todos aceptamos.
El empresario español conocía un lugar, un gran lugar de hecho.  Justo a la entrada del sitio, a uno lo recibía la foto del rey de España en mitad de una comilona. Estaba sentado en la mejor mesa del restaurante, la cual rebozaba de manjares. Ya que ese día no estaba su majestad, nos sentamos en la misma mesa. Total, también pagaría el Estado.
La comida fue excepcional y abundante. En mi vida he comido mejor que en España y los polacos parecía que no iban a comer nunca más en la vida. No creí que terminaríamos jamás. Bebimos una botella de vino por cabeza, excepto Jorge, que estaba sonriente pero irritado, imaginado lo abultado de la cuenta y lo difícil que se lo iban a poner sus jefes por invitarnos a comer en un restaurante tan caro. Eso sí,  nosotros le daríamos las gracias muy complacidos: ¡Dziękuję hasta el empacho!
Del restaurante nos fuimos a Ponferrada, una vez ahí escuché las mágicas palabras provenientes de la agenda de Jorge: “Fin de las actividades”
El sábado fue igual al viernes, pero tuvimos una noche singular. Mientras cenábamos en el hotel, Przemek sugirió que fuéramos a algún bar. Jorge, por supuesto, estaba muy cansado y al día siguiente tenía que conducir hasta Madrid para dejarlos en el aeropuerto y luego volver a Valladolid. Nosotros lo comprendimos, decidiendo dejarlo dormir.
Había un bar cruzando la calle. Entramos los tres. Estuvimos bebiendo hasta que cerraron. Al salir ya no éramos tres sino seis, cruzamos la calle hasta nuestro hotel.
Al día siguiente Jorge tocó en nuestras puertas, pero nadie se levantó temprano. Salimos muy tarde rumbo a Madrid con el riesgo de que los polacos perdieran el vuelo, aunque a ellos parecía importarles un cuerno. Sólo se habló de mujeres y de lo bellas que eran en España.
Llegamos al aeropuerto y todos bajamos como almas que llevaba el diablo.
“¡Mierda!” Gritó Jorge, en mitad de la fila del check-In.
“¿Qué ocurre?” Le pregunté.
“¡Se nos olvidaron las piedras de muestra en el coche, sus piedras!” Nos dijo.
“Es verdad…” dijo tranquilamente Józef
“¡Voy a por ellas, ustedes espérenme aquí!”
“No hacer falta amigos, nosotros ya sabemos lo que queremos, ¿cierto Józef?”
“Así es, nosotros sabemos bien…”
Nos despedimos. Subimos al coche. La cajuela y los asientos traseros estaban repletos de piedras de todos los tipos imaginables. Jorge arrancó y de nuevo estábamos en la autopista. Permaneció en silencio todo el camino hasta que súbitamente se orilló en medio de cualquier parte. Era de noche ya, la noche de un frío domingo.
“Ayúdame” se limitó a decir.
 Ahí, en mitad de la oscuridad, una a una fuimos tirando las piedras al campo, con sus logotipos y especificaciones, hasta que no quedó ninguna. Subimos de nuevo al coche y reanudamos la marcha. El cielo estaba repleto de estrellas. Jorge no dijo nada el resto del camino.

lunes, 14 de marzo de 2011

Capítulo 15

Turismo Empresarial: ¡Bienvenidos!


Estrechamos manos, hubo abrazos,  risas, saltos. Todo aquello parecía muy emotivo, como si los polacos fueran nuestros hermanos reencontrándonos después de alguna guerra, estaban muy alegres. Sin embargo, Jorge se notaba confundido, acartonado. No lograba entender porqué había dos y no uno. Por su parte los polacos hablaban un español aceptable, habían estado antes en España, “negocios y veraneo” decían.
Sugirieron ir a desayunar algo. Tan pronto mencionaron eso, ya estábamos en la barra de un sitio frente a la estación.
“Yo señor Korkerkowy, por favor llamarme Przemek” dijo uno.
“Yo Józef, por favor  llamarme Józef. En Polonia, Józef significa Dios proveerá” dijo el otro.
“Józef, Pezmek, encantado. Me llamo Darío”
“No, no. Yo PRRRRZEMEK P-r-z-e-m-e-k. Significa Pensador Brillante. Diminutivo de Przemyslaw”
Detrás de la barra, un camarero soñoliento nos preguntó lo que deseábamos, aunque de comer sólo había pan dulce y  tortilla de patata.
“¡Torrrrtilla! ¿Para todos? ¡Para todos!” Dijo Józef.
“Y cerveza ¿para todos? ¡Para Todos!” Dijo Przemek
“¡Yo café! Para mí café, es muy temprano para una caña” Dijo Jorge mirándome con aire de reprobación. Aún era oscuro, iban a dar las siete de la mañana. Pero qué diablos, su reprobación me importaba un cuerno. Me bebí una cerveza, luego otra. Los polacos bebieron cuatro cada uno, argumentando la necesidad de entrar en calor. La conversación se puso muy alegre.
Respecto a porqué venían dos, los polacos dieron explicaciones las-que-fueran, seguidas de un “¿Será un problema?” y por supuesto que Jorge fingía que no era ningún problema, aunque ahora tenía que gastar más de lo esperado, pedir habitaciones y/o camas extras, solicitar la aprobación a su jefe y convencerlo de que no era su culpa sino de la oficina española en Polonia, o de quien fuera menos de él, y de paso quejarse por no haber sido enterado de esto. Seguro lo amenazarían con echarlo, pues era lo usual, pero le aprobarían los gastos, porque todo, t-o-d-o, corría por la cuenta de EXVAL, desde los vuelos hasta los canapés. Este era el esfuerzo del gobierno, de la Junta, por atraer inversión e impulsar las exportaciones. Claro, con el objetivo puesto en que la prensa difundiera ese esfuerzo.
Hacía un rato que el camarero había dejado la cuenta en la barra.
“¡Todo muy bueno, muy bueno! ¿Cómo iremos a las canteras, a ver esas piedras?” preguntó Józef.
“Hemos alquilado un coche, aquel azul que está allá” Dijo Jorge, señalando uno en el estacionamiento de la estación.
“Bueno, perfecto. ¡No perder más tiempo!” Dijo Przemek. Ambos polacos tomaron las maletas y nos fueron dejando atrás.
“¡Qué tíos! ¿Te has fijado, coño, te has fijado? ¡Ni la cuenta se han ofrecido a pagar!” Me decía Jorge agitando el papel que contenía nuestros consumos.
“Pero Jorge, no te das cuenta de que son nuestros invitados. Tenemos que pagar…” Le dije. Luego tomé mis maletas y le di la espalda para dirigirme al coche.
“Invitados ni de coña. Son compradores, clientes… empresarios carajo. ¡Invitados! ¿Qué idea es esa?” Refunfuñaba Jorge en la barra mientras pagaba la cuenta.

jueves, 10 de marzo de 2011

Capítulo 14


Los Amos de uno

Las clases continuaban. A los estudios les habían incorporado una parte práctica, para que nos espabiláramos, supongo.
Cada uno de los alumnos, con cada una de sus empresas, debía pasar un cierto número de horas. Conmigo, en EXVAL querían continuar mi entrenamiento, así que me dispusieron otra tarea sencilla. Se desenmascaraban, pero por partes, un striptease institucional.
Le llamaban Misión Inversa Directa o Misión Adyacente Inversa o lo que fuera, porque ¡Carajo! cómo gustaban de la nomenclatura compleja en las instituciones,  como si las cosas se profesionalizaran con ello, por amor a Dios. Total que la misión consistía en que acompañara a un empleado de EXVAL, un tal Jorge, y recogiéramos a un empresario polaco en la estación de trenes de Valladolid. Había que llevarlo al Bierzo, una zona al norte de la región, a recorrer empresas que eran susceptibles de exportar.
 Al parecer, esta zona es abundante en canteras y el polaco en cuestión quería comprar piedra, mucha piedra, según decían. Luego, por supuesto, había que pasarle una nota a la prensa para cacarear la acción comercial que se llevaba a cabo en la región. Esto iba durar tres días y claro que los cabrones conspiraron contra mi fin de semana, y el de Jorge, por su puesto.
La clase de piedra que el polaco necesitaba me es imposible recordarla, pero mientras lo esperábamos, ese viernes por la mañana, me di cuenta hasta dónde había llegado. En EXVAL me habían promovido de Guía de Turistas a Agente de Ventas de Piedras. Sí señor, era un orgullo, cuando menos así parecía tomárselo Jorge, esmeradísimo para que todo saliera bien. Apelmazarse del conocimiento edafológico, motivo de las piedras que íbamos a promover, era la pasión que uno requiere el fin de semana para olvidarse de los costos de una juventud recién hipotecada.
“Qué joda todo esto y con este frío,” le dije.
“Bueno, Darío, hay que cumplir. De nada sirve quejarse. Limítate a observar y toma notas. Por ejemplo, siempre que vayas a esperar a un desconocido a una estación o al aeropuerto, hay que fabricar un letrero, ni muy grande ni muy pequeño, como el mío” Decía Jorge, mientras sostenía un letrero con el apellido “Korkerkowy” impreso.
Jorge era empleado desde no hacía mucho, pero ya vivía atemorizado por un terrorismo del que era prisionero en la empresa. Al parecer, la manera de controlar a los trabajadores es acojonándolos con la siempre latente posibilidad de poder echarlos a la calle. Ni antigüedad, ni contratos fijos, ni quejarse y, por supuesto, muchas lisonjas.
Pero era lógico, cómo no iba a estar acojonado, macabro pero lógico: Jorge habitaba un piso que creía suyo, pero el dueño era el banco. Se sentaba en muebles que también eran del banco, miraba el televisor del banco y conducía un coche que era de otro banco. Todo a crédito, hasta la moto para el verano ¿Y las vacaciones? Otro banco le presta tres mil euros y ¡ZAZ! a Punta Cana, con la mujer y los niños ¿Y pagar? Ya los bancos se encargarán, poquito a poquito, de cobrarle hasta su último aliento, a él, a la mujer y a los niños.
La civilización va dando ciclos: El jefe de Jorge es su tlatoani personal, amo de su destino, y los bancos son sus dioses voraces a los que Jorge tiene que rendir sacrificios.
“¡Ahí está el polaco!” le grité.
“No puede ser.”
“Estoy seguro, nos está saludando.”
“Pero, ¡vienen dos! ¿Qué hacemos, joder? No puede ser”
Y así era, con maletas y sonrisas se nos acercaron dos muy afables y efusivos polacos.



domingo, 6 de marzo de 2011

Capítulo 13

De negocios: subcontratación, esclavización, prostitución

Con Embuto conocí los polígonos industriales, las obras en construcción y los secretos prácticos de la subcontratación.
Llegamos hasta un edificio al cual se le estaban haciendo reformas, obras menores, digamos. Ahí estaba subcontratada la empresa de Embuto, que sobornaba, dando una parte al encargado contratista de una constructora mucho más grande. Tenía trabajando para él a puros inmigrantes. No pagaba una nómina convencional, ni seguros, ni prestaciones, ni nada y tampoco nadie tenía un horario fijo de trabajo.
Me pidió que lo acompañara y accedí, fui a ver a sus trabajadores.
Debía ser una especie de “día de paga”, porque después de formar en una fila a sus quince albañiles, cual cacique, les fue entregando un montón de billetes arrugados. Eran un grupo que comprendía paquistanís, marroquís, peruanos y su capataz, que era filipino.
“Así es como funciona, así funciona. Todos lo hacemos así, todos. Estas son las maneras de los constructores, desde el más grande hasta un humilde Embuto. Yo trabajé con los grandes, para aprender, porque a Embuto le gusta aprender. ¿Qué aprendí? Regla de oro: Hay que cuidar al dinero de los impuestos, tú sabes, protegerlo, vigilar su integridad. No puedes tener a tus obreros en nómina. A lo mejor uno o dos, o sí los tienes, si eres muy grande, hay que pagarles el mínimo y lo demás por fuera, por fuera. Y Embuto lo hace así. Además Embuto tiene bondad porque contrata a quien quiera trabajar, provee trabajo, provee paz social.”
No me sorprendía que hubiera tanto hijo de puta en el mundo de la construcción o tanta evasión fiscal y abuso al trabajador, o cómo se coló Embuto hasta ahí, lo que en verdad me intrigaba era cómo podrían comunicarse entre sí, todo ese grupo trashumante, cómo delegarles una orden.
Salimos de la obra y dimos una vuelta en su coche. Ahí pude ver a las prostitutas más miserables que jamás haya visto. Embuto se estacionó al lado de un grupo de ellas. Abrió el cristal de la puerta donde yo iba sentado y las llamó. Al instante entendí que lo conocían.
Se acercaron cuatro, todas con sus vestidos ajustados y de esa tela que parece plástico. Entre ellas hablaban en rumano, creo. Una pelirroja que hablaba español se metió por mi ventana. Por encima de mí tenía su cabeza, cabellera, brazos y sus gigantescos pechos. Quería saludar a Embuto, al que para mayor ocurrencia llamaban Lutor.
“Hola, hola, cómo va todo” dijo Embuto desde su lugar.
“Bien Lutor, tirando. Y tú cariño, ¿cómo estás bebe? Hace mucho que no venías…sólo nos falta… ya sabes… ”
“Estuve aquí la semana pasada” Dijo Embuto dirigiéndose a mí, luego nos habló a ambos.
“Por cierto, este es mi amigo Darío, lo estoy paseando, ella es Gema”
Hay quien saluda dando un beso, hay quien da dos, tres hasta cuatro, o hay quien prefiere estrecharte la mano. Ella fue directamente a mi entrepierna y mientras me masajeaba decía “encantada cariño”. Embuto, Lutor, o quien fuera, soltó una carcajada.
“Bueno, bueno, vamos a ver Gema, vamos al bisne, al bisne Gema”
Embuto salió del coche y se acercó a ellas, lo rodearon. No tardaron ni cinco minutos en volver a su sitio y Embuto al coche. Arrancó, pasamos al lado de ellas y ya estaban metiéndose cocaína, muy alegres. Se despidieron entre sonrisas, agitando la mano y mandándonos besos en el aire. 
“¿Tu las manejas?” Le pregunté. Dudaba si manejar era la palabra adecuada, pero no se me ocurrió nada mejor. 
“Qué va, qué va. Embuto tiene buenos negocios. Esos no funcionan, muchos riesgo, mucha fiesta. Lo que pasa es que el bisne es complicado, es complicado. A Embuto le pagan algunos trabajos con droga, así es el bisne. No me gusta que me paguen con coca, pero así es el bisne y no hay que quejarse. Embuto no se mete esa mierda, no siempre, no toda ¿me entiendes? Embuto tiene que venderla, pero ¿a quién? Es fácil saber qué hacer. Como dicen en las clases Darío, como dicen en las clases. Por eso me gusta la escuela, porque Embuto confirma todo lo que sabe. ¡Subcontratación! Ahí está el secreto del bisne: ellas me la mueven, la compran barato y la revenden y así todos felices. También le doy coca a mis amigos, al padrino en la Junta, a quien quiera... La coca le abre puertas  y le mueve palancas a Embuto”
“Vamos por una cerveza Embuto y a comer” Le dije.
“Embuto no bebe. Beber está en contra de la religión de Embuto. Pero vamos, te acompaño, comeremos.”
“Por cierto, ¿por qué Lutor?”
Embuto río. Volví a preguntar y volvió a reír.

jueves, 3 de marzo de 2011

Capítulo 12

Hacer fortuna



“Qué tal. Me llamo Embuto, encantado” Me dijo extendiendo su mano. La tomé y la sacudió con fuerza.
Frente a mí tenía a un negro que no paraba de sonreírme. Era más alto que yo y con más espaldas. Por eso, por su energía y por su atuendo, no era de los tipos que pasaba desapercibido. Se movía por todas partes, asaltando conversaciones, indagaba sobre lo que fuera, anotando datos en una libreta que extraía cada poco de un bolsillo. Lo mismo, era inevitable no mirar esos enormes y puntiagudos zapatos de piel de serpiente o cocodrilo o algo parecido. Su traje era oscuro y rayado, con un pañuelo de seda rojo y una camisa de cuello muy tieso, sin corbata. Todo su ser culminaba en unos lentes oscuros de montura dorada colocados sobre su cabeza, enredados en sus rizos, y que nunca bajaba. Puestos para adornarlo, eran su diadema, su corona.
Embuto estaba ahí para hacerse rico. Ese era Su Destino. Porque en medio de la fiesta muchos estudiantes están por esa tarea, abriéndose camino para hacer fortuna a como dé lugar.
Debía estar en sus treinta, aunque quién sabe. Llevaba mucho tiempo en España, en Andalucía, aunque había nacido en Guinea Ecuatorial “De mierda, un país de mierda, de mierda” repetía. “Pero voy a hacer mucho dinero ahí, ahí y en África. Embuto se hará rico, solamente hay que conocer a la gente adecuada, la gente adecuada, como tú, gente adecuada como tú, como yo” Se ponía frenético cuando hablaba. Como tú, decía. Vaya un cabrón, sin conocernos y ya llamándome adecuado. ¿Qué quería decir con eso o qué pensaba exactamente? A saber. De todos modos yo no iba a desmentirle nada, a eso se le puede sacar provecho, ¿por qué no? Si había que jugar al Emir, jugaríamos, soy bueno en ello. Aunque sospechaba que había que irse con cuidado. Uno nunca sabe.
Teníamos dos horas para comer, así que Embuto me pidió que lo acompañara a dar una vuelta. Presumir era lo que pretendía: mostrarme sus empresas en España, hablar conmigo de negocios e invitarme a un restaurante decente. “No vuelvas a comer en la residencia” Me recomendó. “La comida es espantosa, mala para el cuerpo, mala para Embuto. La carne es vieja, las verduras agrias, el servicio peor que la comida. Embuto prefiere comer donde lo traten bien. Embuto no compromete su digestión.” La comida no era mala, aunque el servicio sí que era terrible, ¿pero, dónde no? por amor de Dios. Ahora que lo pienso, la comida era muy buena. Muy quisquilloso había salido Embuto, pero era la mar de entretenido.
Su coche era de lujo: un Audi inmenso, aunque alquilado. Subimos y nos pusimos en marcha. Circulando por Valladolid me fue contando su vida. La vida según Embuto, claro. En su relato intercalaba su pasado, oscuro e inmisericorde y su futuro, brillante y justo. En eso era más bien cursi.
Al parecer, cuando Embuto tenía los dieciséis años, ganó una beca española para África. Había sido un buen estudiante en Guinea Ecuatorial y la beca le traería dinero, estudios y promesas. Llegado a España encontró la manera de hacerse con el dinero del concurso. Dejó de estudiar y escapó a Sevilla para hacer fortuna. Me lo contaba mientras cambiaba todas las estaciones de música en la radio.
“No se lo esperaban. Querían que Embuto estudiara ciencias ¡ciencias! pero yo no quería, yo quería el dinero, hacer dinero. No entendieron por las buenas, entonces por las malas. No vieron venir a Embuto y Embuto, cuando se deja venir, es implacable. Implacable es Embuto ¿te das cuenta Darío? Y nadie puede con Embuto porque se mueve muy rápido, rápido, todo el tiempo.” A mí me divertía escucharlo, Embuto el implacable y todo eso. Afuera, por la ventana, la carretera ya.
A él, los españoles querían ponerlo a cargo de una oficina comercial en algún país del norte de África, no recuerdo cual, lo mismo da. Todo porque conocía a un funcionario que tenía intereses personales en la región, su padrino, y que veía a Embuto como una marioneta. Ambos eran ambiciosos, eso era claro. Pero Embuto era un mercenario, ya estaba pensando en cómo se aprovecharía de aquello, decía tener un plan y todo. Lo cierto es que él llevaba tiempo aprovechándose de lo que podía y de quien se dejara, hacía un buen tiempo que estaba sentado a la mesa del banquete.