La última, y nos vamos...
“¡Seré otro, seré otro, os lo juro, seré otra cosa!” gritaba Juan Carlos, saliendo del penúltimo bar. Tropezó y se metió en un taxi. A gritos prometió volver.
“¿Qué vas a hacer con ella?” me dijo Nuria, que ya había bebido bastante, mas no lo suficiente. Miré en la dirección que indicaba y ahí estaba Mónica, sentada, mirándome sin mirar. Ya habría tiempo.
“¿Y tú Nuria, qué vas a hacer con él?” le dije mientras alzaba las cejas. Nuria no tuvo que voltear, sabía que Maximiliano no se había marchado aún y que no se marcharía sin ella. Alto, fuerte, bronceado permanente, algunas canas, pelo cuidadosamente despeinado y vestido, siempre, como acabando de bajar de un yate. Era el menor de tres hermanos dedicados al negocio de bares, por eso conocía a todo el mundo. Hasta aquel momento, Max trabajaba en una gran inmobiliaria y le iba bien. Estaba en el máster porque alguien le había prometido futuro, pero debía cumplir el trámite de estudiar, "igual a todos". Como si fuera vendedor por necesidad, o estudiante por disposición del cielo.
“¿Max? ¿Pero qué dices, de qué vas…? Jamás, yo nunca…” decía Nuria, pero sonreía, yo sonreí. “Si ha estado con todas, con todas…” volvía a sonreír, yo también.
“¡No me lo creo, no me lo creo, no me lo creo!” escuché que gritaban desde la puerta del bar. “¡Darío, pero qué sorpresa!”
Frente a la residencia había un bar donde trabajaba un camarero gay. Se hacía llamar Cuty y acababa de entrar al lugar donde nos encontrábamos. Me parecía divertido, pues decía que era uno de los dueños del bar que atendía, eso para justificar la ropa tan cara que ostentaba y todo su derroche, supongo. A mí me invitaba siempre las copas e intentaba comportarse de forma refinada. Trataba de convencer a todo el mundo que era heredero de alguna fortuna insospechada. Estaba al tanto de todos los cotilleos, inventaba otros y se hacía acompañar de mujeres hermosas. Cualquier chica que quisiera ser popular en la ciudad tenía que dejarse ver con él. Sin embargo, a veces era muy incomodo, porque le gusté a Cuty desde el primer momento y no dejó nunca de coquetearme, ¡carajo, ni siquiera se cortaba cuando me veía con alguna chica! Pero hacía su lucha, conmigo y con quien le diera la gana, claro.
Me saludó muy efusivo y empezó a presentarme a la gente con la que venía. Todos eran futbolistas. La ciudad tenía un equipo que acababa de subir a primera división: “Real Valladolid” y que también hacía su lucha.
De un momento a otro, todos estaban acompañándonos. Max había venido como un halcón, pues también los conocía, y yo me sentí obligado a cederle mi sitio al lado de Nuria.
Siempre que hay futbolistas, invariablemente, hay mujeres alrededor. Las hay para todos los gustos, pero todas son fáciles… Algunas incluso cuentan con precio, y hay que averiguarlo, como con las verduras.
“¿Qué te has hecho, cómo va todo? Hasta que te veo fuera de mí bar,” me decía Cuty. “Él es Darío y Darío, ellas son Ali, Carla, Bea, Cinthia, Lily, Rebeca, Cova, Ana, Elena y Paula”
Tomamos juntos una ronda.
“Vamos a seguir la fiesta en casa de Pablo, ¿quieres venir?” me preguntó Cuty.
“Venga, la última y nos vamos. Yo os regreso a la resi, a Nuria y a ti” dijo Max detrás de mí. “Nuria y yo os seguimos en mi coche ¿Dónde estáis aparcados?”
Me fui con ellos, eran cuatro coches, con Cuty presidiendo la caravana. Subí a un Mercedes en el que entramos seis. Conducía el Lateral Derecho del equipo. A su lado venia una morena muy agitada, demandante y agotadora. Detrás, veníamos sentados el Central y yo, cada uno tenía una rubia sobre las piernas. Max y Nuria nos seguirían.
“¿Dónde puedo poner mi vaso?”
“¡Ala! ¿Has visto? Es la leche, de cero a cien en ocho segundos, tío!”
“Cari, ¿dónde tienes la coca? En tu americana no está… ¿cuánto le compraste a Cuty?”
“¡La que vamos a montar!”
“Qué acento más chulo tienes…”
“No queméis las vestiduras si vais a fumar… ¿eso es un porro?”
“Que no, que no, que por aquí no hay radares…”
En la casa de Pablo, el veterano del equipo, ya había una fiesta montada. Nos abrió la puerta un tipo con la camisa desabotonada y el rostro rojísimo, sostenía una copa que derramaba por todas partes y no dejaba de sonreír. De cualquier manera se me hizo muy familiar.
“¡Proveedor, llegó el proveedor!” gritaba, mientras abrazaba a Cuty.
“De lo que veas no digas nada,” me dijo al oído Max. Sonreía. “Pásalo bien, que a eso hemos venido”
Max se me adelantó y saludó al funcionario. ¡Era él! Lo había reconocido ¡Carajo, hacía no mucho que me había ido de putas con él! Y, claro, el muy cabrón no me reconocía… Yo estaba muy borracho como para indignarme, lo saludé y me presenté como si fuera la primera vez, daba gracia. Dentro había un gran alboroto.
“Encantado, encantado, mucho gusto, encantado”
“Nosotras somos muy amigas, inseparables, todo lo hacemos juntas…”
“Entonces qué, ¿firmamos el contrato?”
“No, ya no le hago a esa mierda… a esta otra, en cambio…”
“Y yo qué sé, lo del curro cuando el curro, no me jodas…El lunes te pago.”
“¿No lo sabías, tía? Pero si todos saben la historia de Khrystyna, a lo mejor es cotilleo, pero ya sabes que si el río suena… Ellos, Juan y Marcos, estaban en un bar de Varsovia, de esos que sólo pueden pagar los guiris, ¿te acuerdas? Habían salido de copas con el Concejero Delegado de EXVAL… Sí, el mismo… Qué va, si es majísimo… Total, que les propone a Juan y a Marcos que promovería, ¡a director de sección, joder! a quien pudiera llevarse primero a la cama a la rubia de la barra, claro, la rubia era Khrystyna… Así tía…Y qué se lanzan los dos, a la conquista… Claro que ganó Marcos, si Juan, el pobre, medio calvo y atontao, qué iba a hacer… Pues por eso ahora Marcos lleva la sección que lleva… Khrystyna se hizo su novia, nada tonta. La contrataron y se vino para trabajar aquí… No, a saber cuánto le pagan, pero imagínate…”
“Sí, está hecho. Tú pones el restaurante en Miami y vemos cómo, pero de que lo financia el gobierno tú no te preocupes… ¡Claro, joder! ¿Con quién crees que estás tratando?”
“Salud, salud, salud”
La danza de los cuerpos cimbraba la tierra. A un tiempo, los frutos del cielo descendían maduros hasta nuestras manos. Corría la sangre sin derramarse, ardía la carne sin dejar quemadura, se terminaba la noche sin agotarse.
¡Por amor a Dios! Si es que el pecado más doloroso es la ingenuidad, si lo sabré yo ¡Que estuve ahí!
Ese año había tantas cosas que atender… ¡Si el lunes mismo teníamos examen! El domingo jugaba el Real Valladolid. El sábado habría muchas esposas molestas… Pero la noche cumplía con todas sus caricias. Nos abrazaba, consolándonos con sus artificiosos deleites. En esa mecedura, ¿cómo imaginaría alguien el diluvio que vendría?