“Qué tal. Me llamo Embuto, encantado” Me dijo extendiendo su mano. La tomé y la sacudió con fuerza.
Frente a mí tenía a un negro que no paraba de sonreírme. Era más alto que yo y con más espaldas. Por eso, por su energía y por su atuendo, no era de los tipos que pasaba desapercibido. Se movía por todas partes, asaltando conversaciones, indagaba sobre lo que fuera, anotando datos en una libreta que extraía cada poco de un bolsillo. Lo mismo, era inevitable no mirar esos enormes y puntiagudos zapatos de piel de serpiente o cocodrilo o algo parecido. Su traje era oscuro y rayado, con un pañuelo de seda rojo y una camisa de cuello muy tieso, sin corbata. Todo su ser culminaba en unos lentes oscuros de montura dorada colocados sobre su cabeza, enredados en sus rizos, y que nunca bajaba. Puestos para adornarlo, eran su diadema, su corona.
Embuto estaba ahí para hacerse rico. Ese era Su Destino. Porque en medio de la fiesta muchos estudiantes están por esa tarea, abriéndose camino para hacer fortuna a como dé lugar.
Debía estar en sus treinta, aunque quién sabe. Llevaba mucho tiempo en España, en Andalucía, aunque había nacido en Guinea Ecuatorial “De mierda, un país de mierda, de mierda” repetía. “Pero voy a hacer mucho dinero ahí, ahí y en África. Embuto se hará rico, solamente hay que conocer a la gente adecuada, la gente adecuada, como tú, gente adecuada como tú, como yo” Se ponía frenético cuando hablaba. Como tú, decía. Vaya un cabrón, sin conocernos y ya llamándome adecuado. ¿Qué quería decir con eso o qué pensaba exactamente? A saber. De todos modos yo no iba a desmentirle nada, a eso se le puede sacar provecho, ¿por qué no? Si había que jugar al Emir, jugaríamos, soy bueno en ello. Aunque sospechaba que había que irse con cuidado. Uno nunca sabe.
Teníamos dos horas para comer, así que Embuto me pidió que lo acompañara a dar una vuelta. Presumir era lo que pretendía: mostrarme sus empresas en España, hablar conmigo de negocios e invitarme a un restaurante decente. “No vuelvas a comer en la residencia” Me recomendó. “La comida es espantosa, mala para el cuerpo, mala para Embuto. La carne es vieja, las verduras agrias, el servicio peor que la comida. Embuto prefiere comer donde lo traten bien. Embuto no compromete su digestión.” La comida no era mala, aunque el servicio sí que era terrible, ¿pero, dónde no? por amor de Dios. Ahora que lo pienso, la comida era muy buena. Muy quisquilloso había salido Embuto, pero era la mar de entretenido.
Su coche era de lujo: un Audi inmenso, aunque alquilado. Subimos y nos pusimos en marcha. Circulando por Valladolid me fue contando su vida. La vida según Embuto, claro. En su relato intercalaba su pasado, oscuro e inmisericorde y su futuro, brillante y justo. En eso era más bien cursi.
Al parecer, cuando Embuto tenía los dieciséis años, ganó una beca española para África. Había sido un buen estudiante en Guinea Ecuatorial y la beca le traería dinero, estudios y promesas. Llegado a España encontró la manera de hacerse con el dinero del concurso. Dejó de estudiar y escapó a Sevilla para hacer fortuna. Me lo contaba mientras cambiaba todas las estaciones de música en la radio.
“No se lo esperaban. Querían que Embuto estudiara ciencias ¡ciencias! pero yo no quería, yo quería el dinero, hacer dinero. No entendieron por las buenas, entonces por las malas. No vieron venir a Embuto y Embuto, cuando se deja venir, es implacable. Implacable es Embuto ¿te das cuenta Darío? Y nadie puede con Embuto porque se mueve muy rápido, rápido, todo el tiempo.” A mí me divertía escucharlo, Embuto el implacable y todo eso. Afuera, por la ventana, la carretera ya.
A él, los españoles querían ponerlo a cargo de una oficina comercial en algún país del norte de África, no recuerdo cual, lo mismo da. Todo porque conocía a un funcionario que tenía intereses personales en la región, su padrino, y que veía a Embuto como una marioneta. Ambos eran ambiciosos, eso era claro. Pero Embuto era un mercenario, ya estaba pensando en cómo se aprovecharía de aquello, decía tener un plan y todo. Lo cierto es que él llevaba tiempo aprovechándose de lo que podía y de quien se dejara, hacía un buen tiempo que estaba sentado a la mesa del banquete.