jueves, 24 de marzo de 2011

Capítulo 18


Los Reyes de la Creación

El escándalo no cesaba nunca en el comedor de la residencia. La gente hablaban a gritos, todos ahí teníamos algo muy importante que decirnos, pero ahora he olvidado lo que era. Quizás hubiera mayor nerviosismo porque la semana entrante comenzaba una temporada de exámenes. Por otro lado, nunca hubo demasiada preocupación al respecto. A saber qué sería.
Justo había terminado de comer cuando empecé a sentir ese sueño imbatible, que trae consigo la digestión de la tarde. Tenía tiempo, así que decidí echarme un rato, una siesta. Subí la escalera y caminé el pasillo que conducía hasta mi habitación y a punto estaba de abrir la puerta cuando mi vecino abrió la suya.
“Darío, ¿tienes un minuto?” dijo, al tiempo que me hacía señas de que entrara en su habitación.
Ni hablar. Volví a guardar mis llaves y entré.
“Cierra la puerta, por favor.” Me dijo. Se llamaba Alberto y le decíamos Beto. Estaba sentado en la cama, se frotaba las manos y movía las piernas como con espasmos.
Las habitaciones eran pequeñas: escritorio, cama, ventana, lavabo y armario. Aún así, éramos cuatro los que nos apretábamos en la habitación. En la única silla, con las piernas en la cama, casi recostado, me saludó Juan Carlos, gallego. Tino estaba sentado sobre el escritorio, con las piernas cruzadas. Era argentino y me sonreía con la cara muy roja y bebiendo a morro una botella de vino.
“¿Vo, querés?” me dijo extendiendo la botella y sin dejar de sonreír.
Acepté agradeciéndole. Bebí un trago.
“Quedátela ché,  de todas formas yo voy a abrir otra…”  dijo sacando una nueva botella de una bolsa de supermercado y descorchándola. “Beto, aquí tenés un nuevo punto de vista, contále lo que te pasa.”
“Bueno, mira, resulta que… no desde que llegamos, pero casi, pues…” se detuvo, pidió vino. “En casa todo marchaba bien... yo vivo en la playa… será la altura...”
“¡Pero cómo la altura ché, no seas boludo, cómo la altura!” Lo interrumpía Tino. Juan Carlos reía, era una risa contenida, se le escapaba de entre los dientes.
“Qué sé yo, ¿qué otra cosa puede ser? No quiero ni pensarlo…” decía Beto.
“¿Qué pasa? Me acabo el vino y me voy a mi siesta…” les sentencié.
Beto volvió a intentar hablar y tardaba tanto y tanto que Tino terminó por gritármelo:
“¡Pasa, que no se le pone duro más!”
Debió ser una inmadurez de nuestra parte, pero estallamos a reír. Beto se levantó muy enfadado, y con razón, pero nos disculpamos y le pedimos que se sentara. Quería sentarse, por su puesto.
Al parecer, hacía una semana, Beto había tenido una aventura con una colombiana, o al menos eso le hubiera gustado.
“La hubieras visto,” me decía. “Tumbada en la cama, los muslos de par en par y esas tetas… qué tetas…”
“Operadas.” dijo Tino.
“Como todas las colombianas.” dijo Juan Carlos.
“Claro.” dije yo. Aunque nunca he visitado Colombia y jamás he estado con alguna colombiana, pero qué importaba.
“Bueno, pues nada de nada…” decía muy acongojado Beto. “Ella se portó muy bien, muy comprensiva y todo… hemos vuelto a quedar ¿sabes?”
“Pero se caga de miedo.” dijo Tino empinando la botella.
“Te tienes que relajar, lo primero.” le dije.
“Y bueno joder, normal que te cagues de miedo,” dijo Juan Carlos. “Pero es cierto: relájate… si no te relajas  vuelves a dar un gatillazo, eso seguro… Mira, no pienses en eso, tú te armas un porro y te lo fumas en la bañera, agua caliente, música… te quedas con la mente en blanco, relajado… piensa zen. ¡Eso, joder! Tu: zen ¡Zen! Tranquilo, respirando, respirando, yo hago yoga por eso, porque todo está en la respiración, es la hostia… o ¿quieres que nos vayamos de putas? Así no tienes presión y coges confianza. Ves que puedes follarte a alguna y fuera, resuelto el problema. También hay que atenderse con profesionales…”
“¿…por cierto, tenés… aquí?” lo interrumpió Tino.
“¿Putas? ¡Pero claro!” Respondió Juan Carlos, todos reímos. “Tengo en mi habitación, pero poquísimo ya… ¿Sabes quién tiene? Rul, luego vamos a verlo.”
 “Queda de ti Beto.” le dije. “Pero no dejes de intentarlo.”
“¿Y con tu novia no tenías problemas?”
“¡Ah! Qué cabrón saliste…”
“Qué va, ningún problema… y mi novia no está tan buena… eso es lo extraño.”
“A lo mejor lo que te jode es la conciencia, macho.” le dijo Juan Carlos
“Puede ser…”
“Mira, yo te voy a decir una cosa, el mayor de los consejos…” dijo Tino, mientras se ponía de pie. “La conciencia… una mierda ¡Una mierda la conciencia! No digas pelotudeces, por favor. Lo que tienes que hacer es no pensar tanto. Somos instinto, no podés ir en contra de tu naturaleza y si te llama la carne: vas con esa mina y le rompés el orto. ¿Me escuchás? Se lo rompés  como si no hubiera mañana… hay que comerse al mundo mientras se puede… ¡Somos los reyes de la creación!”
 “Eso, ¡a vivir! Salud” Brindamos. Reíamos todos. Beto sonreía un poco.
“¿Qué hacés por acá, si no? ¿Ché, a qué viniste al máster?” lo interrogó Tino.
“Bueno, estudiar… Además, tengo treinta, casi treinta y uno…” decía Beto. “Con más de treinta y sin un máster… ya no están contratando… no sé qué hacer, necesito el diploma, el puto papel… o también  esperaba estudiar y colocarme en alguna empresa de aquí y con la experiencia en el extranjero… ya sabes, te cotizas mejor…”
“Es un plan… pero relájate, diviértete un poco, tienes que distraerte… Por lo menos que parezca que estás vivo.”
 “Mira Beto, lo que tienes que hacer es pasarte el fin de semana follando, que no te avergüence intentarlo cien veces… se me ocurre que salgamos por la noche… ¡A buscar alguna chavala para Beto! ¿Qué me dices? O no te va a salvar ni la respiración, joder.”
“¿Ya estudiaron para los exámenes?” nos preguntaba Beto.
“Tenés que arreglártelas Betito… no sólo de estudiar vive el hombre,” dijo Tino. “¿Qué preferís, uno que estudia, que obedece, que sigue las reglas o uno que cumple, que arriesga, que logra el objetivo? Hay que ser osado. Hay que aprender a ser vivo, más zorro, a ganar, hay que ser eficaz… ¡Tenés que aprender a sobrevivir! En la vida no es tan fácil, no hay exámenes, Beto… ¿Qué haría el rey de la creación? Preguntátelo, ché”
 “Total, ¿nos vemos a las diez?”
Todos asentimos. Empinamos las botellas, como si de un ritual se tratara y nos empezamos a despedir. Ya no sentía sueño, me habían jodido la siesta.
“Por cierto, si saliera mal hoy por la noche, piénsate lo de las putas… ¡Y cuentas conmigo!” dijo Juan Carlos antes de salir.