Comisiones Condenadas
Cuando llegamos a Segovia ya no llovía. Lo primero que hicimos, después de bajar del coche, fue ir a desayunar. Nos pasamos una hora en eso. Café con leche, tortilla de patatas, saludar a otros vendedores, hacer bromas, contarnos nuestras desventuras, arrepentirnos, entusiasmarnos, pasar miedo y echarnos para adelante. Nos animábamos hablando de las comisiones, las tan ansiadas comisiones.
Hay en Segovia una larga calle desde donde se ve el acueducto y que conduce hasta la plaza mayor. Es angosta y tiene a ambos lados cualquier cantidad de comercios. Segovia es una ciudad donde se sube y se baja constantemente, aunque yo sólo sintiera mi descenso. Comenzando la calle, entré a una tienda con Bea. Ella empezó a hablar de inmediato con la chica que atendía el lugar.
“Hola qué tal, buen día, ¿cómo le va?… ¿mucha gente hoy? …qué bien, sí, qué bien… mire, vengo de Citibank, el es mi compañero Darío… Dígame, a que a usted no le vendrían mal tres mil euros… ¡Claro, y a quién no, verdad! …qué bien, sí, solamente hay que llenar esta solicitud, es muy sencillo, ¿cuál es su nombre? …Sí, yo entiendo que ya tiene muchas tarjetas, pero ¿y si tiene una emergencia, una urgencia, y si pasa algo? …Claro, hay que prevenir ¿Qué va a pasar por tener otra tarjeta? ¿Tiene su DNI a la mano? ¡Qué bien!… A propósito, usted puede elegir el color y la ilustración de la tarjeta… aquí hay una foca muy simpática, y este perrito, ¡a que es chulo!… El primer año no se cobra ninguna comisión y si se da cuenta que no la quiere, la da de baja, sin costo… ¡Claro!… Vamos a ver, su nombre ¿cuál era? ¿y apellidos? Muy bien, muy bien ¿teléfono? Por cierto, tiene puesto un vestido precioso… claro… Voy a necesitar su DNI un momento, no se preocupe, le saco una foto y listo…así, así, muchas gracias…”
Bea era una máquina. Salimos de la tienda y ya tenía la primera solicitud, no habían pasado ni diez minutos.
“¿Has visto Darío?, esto es muy fácil…” me dijo Bea al salir. “Tú entras a todos los comercios de este costado de la calle, yo a los del otro y nos vemos al final… ¡Suerte!”
La calle ascendía interminable. Tomé mis solicitudes, respiré, respiré otra vez y entré al primer sitio, una tienda. La atendía un tipo gordo que leía el periódico.
“Hola, qué tal.”
“¡No se acepta la entrada a comerciales!”
“Eh… Seguro que usted necesita tres mil euros…”
“¿Cómo?”
“Digo que con esta nueva tarjeta, Citibank puede prestarle tres mil…”
“¡Tarjetas! Nada, fuera, vinieron la semana pasada, joder, ya vale, ¿no?”
“Pero, ¿quién vino? ¿Nosotros?”
“Vosotros, de Berklay, Barklay, Birkly…”
“Nosotros somos de Citibank…”
“¡Fuera de aquí!”
“Pero… mire, no cuesta nada la tarjeta, el primer año…”
“¡Fuera he dicho, no me interesa!”
“Eh… pero… ¡Ah! por cierto, qué bonito… pantalón trae, es de…”
“¡FUERA, HOSTIAS!”
Salí de ahí. Miré mi reflejo en el aparador de la tienda de enfrente, con mi traje gris, mis solicitudes, mi palidez, daba lástima. Yo también me echaría de cualquier lado.
“¿Mala suerte?” me preguntó Bea que salía de esa tienda. “No te agobies, tienes que entrar en muchos sitios, es pura estadística y ya irás mejorando ¡ánimo!”
¿Ánimo? Pero si todo era una mierda.
Entré a todos los sitios de la calle y todo fue igual. Sitio tras sitio desfilaban palabras iguales. Nada servía, me señalaban la puerta, no me escuchaban, se burlaban, gritaban, todo menos interesarse. Ni siquiera cuando les decía que no se dieran de alta, que cuando les llegara la tarjeta no la usaran y la cancelaran y que me hicieran el favor, que me llenaran la solicitud, que necesitaba mis comisiones, pero nada, vamos, ni por compasión.
A la hora de comer todos tenían sus solicitudes, dos, tres, Bea siete. Yo, nada. Lo peor era que ellos no sabían otra cosa que decirme que ¡ánimo, ánimo, ánimo!
Desesperado como estaba, mientras vagaba por Segovia, ya sólo preocupándome por disfrutar del paseo y la arquitectura y admirar la ciudad, tuve una señal como a quien le cae una maseta del cielo: ¡Frente a mí danzaban las tintineantes letras de un casino!
Nadie sería sujeto de crédito, eso seguro, pero al carajo con “Timo’s Marketing” y con Citibank y con todos.
Entré al casino. Los jugadores me recibieron escépticos, pero poco a poco me fueron rodeando, se acercaban, me escuchaban, les brillaban los ojos. De un momento a otro, ya estaban llenando sus solicitudes y me miraban como si del mesías se tratase. ¡Dejad que los morosos se acerquen a mí!
De regreso a Valladolid, para el asombro de todos, yo traía cuarentaitrés solicitudes de tarjetas de crédito que ningún banco sobre la tierra haría validas jamás, pero cobraría mis comisiones.