Renunciar
Pertenecía al equipo de ventas de Sonia, éramos los mejores. Si yo estaba ganando dinero con todas esas estafas, seguramente la empresa ganaría mucho más y Telefónica, imposible saberlo.
Uno de esos días me llamó el Director Comercial de Movistar, porque todo era igual, estaban en el mismo edificio, contratados. Quería hablar conmigo, entrevistarme. Se llamaba Sergio, un tipo de mediana edad, de complexión atlética y muy preocupado por su aspecto, demasiado. Depiladas parte de las cejas, un corte de pelo cada semana, permanentemente bronceado, nariz artificial y con una sonrisa de dientes anormalmente blancos. En su escritorio tenía un bolso donde escondía cepillo, espejo, cortaúñas, secador, ¡rizador de pestañas, por amor de Dios! Había sido vendedor toda la vida, trepando de puesto en puesto hasta donde estaba. Ahora era el jefe y le encantaba serlo. Tanto le gustaba que lo mencionaba para todo, a lo que fuera le encontraba relación con su éxito profesional.
Quería que yo trabajara para él, me lo dijo enseguida.
“¿Y en Telefónica, donde estoy?” le pregunté.
“¿Por qué perder el tiempo vendiendo ordenadores, cuando puedes vender telefonía móvil?” me decía. “Porque el tiempo es dinero, chaval.”
Le encantaba el dinero. Según él, con llamarlo, el dinero venía, pero había que llamarlo. Cada mañana de lunes reunía a los miembros de sus equipos comerciales en un enorme salón. Nosotros oíamos a los vendedores gritar toda clase de cosas: “¡Ahí viene el dinero, amo el dinero, te amo dinero!” mientras Sergio los hacía dar de brincos. Era motivación, un ritual, una invocación o no sé qué cuernos, otras ocasiones los oíamos gritar: “¡Soy el número uno, el número uno, el número uno!” Casi todos los vendedores lo odiaban, porque eran el blanco de muchas burlas, algunas muy divertidas. Pero Sergio los conocía y los tenía en su poder. Estaban encadenados, porque lo cierto es que se ganaba mucho dinero con él y los vendedores se enamoran especialmente de sus cadenas doradas.
“Mira Darío, piénsatelo, ¿vale? Puedes tener futuro de comercial, pero conmigo te irá mucho mejor.” ¿Lo valdría? Digo, dar de brincos y todo eso. Le dije que lo pensaría. La verdad es que era cómodo estafar para Telefónica, pero la conciencia no me dejaba en paz. Renunciaría. ¡Al carajo, no robaría para ellos ni para nadie!
Renuncié por primera vez en mi vida. No voy a negarlo, fue reconfortable, porque renunciar no deja de ser algo así como decir: “Yo tengo algo mejor que hacer, usted puede irse al cuerno y que pase un buen día.” Me fui muy contento, me sentía honesto, libre, poderoso, porque renunciar es un verdadero lujo y esperaría que todos pudieran darse ese placer alguna vez. Aún no lo sabía, pero renunciar es clave. Es el comienzo de liberarse, de decidir por uno mismo, pero no deja de ser un misterio.
Al día siguiente comencé mi capacitación y todo me fue revelado: para Movistar robaría aún más ¡cómo pude ser tan ingenuo! Yo que pensé que dejaría de estafar. Parecía imposible vender sin engaños, sin embargo, no podía irme, porque esos días coincidieron con una noticia muy particular.
Esa misma semana, al llegar a mi casa, apenas entrar, llamaron a la puerta. Era la policía. Pregunté de nuevo: “¡La policía, abra la puerta!”
Miré la ventana, era imposible escabullirme. No tenía ningún plan, tampoco ideas, no tenía sentido tratar de escapar. Salí a entregarme, abrí la puerta.