La lista negra
Todos en el bar quedamos deslumbrados. Desde que se habían abierto las puertas, una luz, quizás proveniente de la tarde, lo inundó todo. Como ocurre con el sol, lo siguiente fue un momento de ceguera, tinieblas.
Habían entrado dos figuras oscuras, pero permanecían sin moverse, mirándonos desde el umbral luminoso. Sus sombras se extendían hasta alcanzarnos, pero era todo lo que podíamos ver. Esa luz tan intensa nos dejaba los ojos en penumbra.
Una de aquellas figuras tocó en la cabeza a la otra, que se inclinó, como si hiciera una reverencia. Luego pareció despedirse y desapareció, cerrando las puertas del bar tras de sí y llevándose aquella luz que nos había cegado. La otra sombra se dirigió a la barra y aunque había muchos lugares vacíos, se sentó justo a mi lado.
De un momento a otro, todo se normalizó, volvía a estar como antes. Los rumanos siguieron viendo su telenovela, mi café humeaba sobre la barra, afuera se oía el motor de algún coche y una de las camareras se acercó a quien había entrado y le preguntó qué se le ofrecía.
“Leche, un vaso de leche ¿tenéis leche, cierto?”
La voz me pareció familiar. Lo miré de soslayo. Era un tipo vestido con un traje negro, muy serio, rodeado del humo de su cigarrillo y leía un libro muy grueso, tanto como una Biblia. Supongo que se sintió observado, porque en ese instante levantó la cabeza y la giró en mi dirección. Nuestras miradas se cruzaron y al observarnos nos reconocimos.
“¿Qué haces por aquí?”
“¡Joder, iba a preguntarte lo mismo!”
¡Era aquel becario de las canteras del Bierzo! Alfredo se llamaba. ¡Qué envejecido se veía! Aún con un semblante gris y sus mismos ojos de perro golpeado, pero me dio gusto verlo, estrechamos las manos.
“Te he visto en la puerta Alfredo, pero no te reconocí, estabas con alguien más ¿con quién venías?”
“Con mi jefe.”
“Ya veo. ¿Cómo te va? Ha pasado tiempo. Cuéntame cómo están en EXVAL, la venta de piedras, las canteras, la empresa donde estabas…”
Me miró. Apretó los dientes, los puños le temblaban.
“Los hijos de puta de Exportaciones de Valladolid y todas esas empresas de mierda… Y, encima, ¡la puta crisis! Se terminó mi tiempo de becario y me mandaron a tomar por culo, no fue justo. En lugar de contratarme a mí, coño, a mí que me desviví por ellos, querían otro becario cuyo sueldo lo pagara EXVAL, otra vez los jóvenes a la puta calle ¡cojones!… Por peseteros, por mierdas, por ahorrarse unas cuantas pelas de mierda ¿En que quedaron las intenciones de la Junta? ¡Intenciones!… traté de denunciarlos, porque no era justo, porque yo no tenía antigüedad, ni un contrato en condiciones, nada… les vino una inspección y la libraron, ellos son los hombres del dinero, son el puñetero gobierno… Darío, ellos lo controlan todo…” me miraba de un modo extraño, enloquecido.
“¿Y qué pasó?”
“El paro, eso pasó. Lo perdí todo y luego perdí hasta lo que pensé que no podía perderse. ¡Carajo, somos personas! ¿Por qué nadie entiende eso? ¡Soy una persona, como ellos, como todos! Si como empleado no me trataban como tal, ¡imagínate como desempleado!”
“Pero con tu máster, la experiencia, qué sé yo… seguro que encontraste algo mejor ¿no es verdad? Te veo bien, te estará yendo bien… ”
“¡¿No lo has entendido, joder?! ¿Sabes por lo que tuve que pasar? Nadie en la región quería contratarme, ¡Nadie, coño, nadie! No podía entenderlo… ¡no hay trabajo! Y ya sabrás, tampoco me ayudó la lista negra. La leyenda era verdad Darío, lo que se decía. Son unos cabrones… pero, ¡joder! ¿no has oído hablar de la lista negra?”
“¿Lista negra?”
“Me enteré, vi mi nombre en esa lista… Buscan destruirte. Ellos escriben tu nombre, el de aquellos no gratos, el de los que desobedecimos, el de los indignados, los que pensamos distinto, los que nos negamos a seguir bajando nuestros pantalones y… Luego esos impresentables mandan esa lista a las empresas de la región y les prohíben contratarnos. Porque usan los fondos para eso, para manipular. Nos joden hasta reventarnos… yo estaba en la lista negra ¡anatemizado, joder!… Nadie iba a contratarme porque sería enfrentarse con ellos… Cualquier empresa de la región era igual, o me encontraban en la lista negra o llamaban para pedir referencias mías a EXVAL y ahí terminaba todo…”
“Lo siento mucho, de verdad… qué sé yo… ¿porqué no te mudas?”
“¿Mudarme?... Pero si ya encontré algo. ¡Un trabajo! Por fin, un lugar donde no me maltratan… ¡Encontré un trabajo y una nueva vida, Darío, de verdad!”
“¡Me alegro mucho!” le dije. “Yo mismo estoy buscando trabajo y…”
“¡Tienes que venir tío, tiene que venir, es lo mejor! Hablaré con mi jefe y seguro te contrata… No pide mucho a cambio de estar con él.”
“¿Qué pide a cambio?”
“Ya lo verás, hay un dineral… mira, porque no nos vemos mañana y… ¡te encantará, joder, es un chollo! De haber sabido le digo a mi jefe hace un momento… en fin, ya lo verás, todo el tiempo está reclutando gente… lo hace desde siempre. Nos vemos mañana a las nueve, ¿de acuerdo?”
Asentí, qué más daba. Alfredo estaba muy contento, frenético, me dejó una dirección y se marchó.
Me quedé muy pensativo. Todo aquello de la lista negra sonaba a paranoia, pero peores cosas había visto y, además, porqué mentiría. ¿Yo estaba en la lista? Salí de ahí. Caminé un rato, sin rumbo, mejor no pensar en eso.
Otro trabajo. Como estaba desesperado olvidé preguntar de qué se trataba, me sorprendió. Sólo pensaba en el dinero, era eso, aún no podía renunciar a él. Sin embargo, lo cierto es que, aunque quería el dinero, lo que necesitaba era hacer algo conmigo.
A la mañana siguiente me entrevistaría con el jefe de Alfredo. Seguro que querría reclutarme y me deslumbraría con sus promesas. Sin embargo, ¿cómo hablar de esto? sus movimientos, su voz, su oferta... resultó ser el peor trabajo del mundo.